domingo, 26 de abril de 2015

Bones. Reseña The Eye in the Sky (10.15). Traición a Booth.


Nunca es más grande Bones que cuando “El todo es la suma de las partes”, cuando las relaciones, el carácter de los personajes se ven afectados por el crimen de la semana. The Eye in the Sky, quedará en la intrahistoria de la serie como uno de sus grandes episodios, uno en el que tanto el guion, la producción, la puesta en escena, la interpretación (impresionante los sutiles cambios de registro de David Boreanaz) y hasta las metáforas (qué si no una metáfora, es el nuevo invento del doctor Hodgins, una alfombra que impide que el cristal se rompa, que los corazones salten en añicos) sirven a un mismo propósito. La transformación de un hombre de honor, integro, valiente, sincero y leal en un adicto manipulador y mentiroso. Algunos jalean el giro argumental, lo llaman correr riesgos, otros comedidos subir de nivel, otros… simplemente traición.


Estábamos avisados, desde que comenzó el 2015 en todas las entrevistas tanto Stephen Nathan, como Emily Deschanel y David Boreanaz hablaban de la recaída de Booth en la adicción al juego; pero porque Bones es Bones y no se caracteriza por la verosimilitud ni la profundidad de sus tramas, nadie estaba preparado para asistir a una transformación tan verídica, cruda y siniestra. Siniestra, sí; porque no es lo mismo que te cuenten que alguien va a recaer en un vicio que ver a un adicto saboreando, paladeando la sobredosis de adrenalina que el mero hecho de oír hablar de una partida y las posibles ganancias le provoca.



Verle mentir y sonreír, hacer promesas vanas, protestar ante las advertencias, hablar con palabras de razón sobre las causas y las culpas "Soy yo" y al mismo tiempo verle disfrutar hundiéndose un poco más en ella, verle culpabilizar a los otros por su desconfianza mientras les da la espalda para traicionarlos. Y de tanta abyección nos han convertido en testigos de cargo. La traición, la suya y la nuestra se ha consumado. No sólo hemos perdido a Booth sino que por ello les felicitamos.
  


 Pero vayamos al principio, y el principio fue como nunca se había visto antes en Bones, divertido, en realidad traidor, porque distrajo nuestra atención con una esperanza. “La esperanza es el señuelo que nos impide mirar la realidad”, dijo una vez la condesa viuda de Grantham. Y la alegría por el embarazo nos impidió prevenirnos ante la euforia desatada de Booth;  está exultante, —sobreactuado—, dijeron algunos cuando se vieron las imágenes por primera vez y no era cierto. Booth estaba recibiendo una sobredosis de dopamina. Impaciente, deambula por el dormitorio persiguiendo no se sabe muy bien qué; sí, orgulloso, el cuándo se produjo la concepción; “En el suelo de la cocina, la noche de la botella de Brunello” (si allí fue, debió ser una noche memorable).


En vano Brennan intenta explicarle que cuando se tiene una vida sexual tan intensa como la de ellos es imposible determinarlo.  “Es verdad, es verdad”, se pavonea. Y cuando por fin la noticia se confirma no sólo da volteretas sobre la cama como si de un crío pequeño se tratara, sino que de inmediato concibe planes, tienen que preparar la habitación del bebe, decírselo… Brennan le detiene. Mejor guardar por un tiempo el secreto. 

Qué diferente del Booth que apenas acertaba a sonreír a Caroline Julian cuando le proponía abandonar a su bonita doctora y huir con ella, en “The Teacher in the Books” 



Sin embargo a ambos, la felicidad les nubla los buenos propósitos. Booth llega a la escena del crimen (de la que protector ha excluido a Brennan) cargado de cafés para el personal,  y se permite bromear con Jessica, la interna, e incluso al doctor Hodgins, al chico de los bichos, normalmente objetivo de sus pullas, no para de hacerle elogios, ahora es el número uno de su libro. Tantos que el nuevo mohicano se mosquea de su actitud. Y lo mismo ocurre con Brennan en el laboratorio, en vez de corregir las intuiciones de Jessica, las festeja. Cam está intrigadísima,  y es Angela quien cogiendo a Brennan aparte le desvela con un simple abrazo el secreto tan mal oculto.

Un cadáver ha aparecido destrozado en una trituradora industrial, junto con sus despezados restos aparece la tarjeta de su móvil, con eso, un poco de polvo y  los trabajos de aguja y masaje de la doctora Frankestein,  Angela descubre no sólo su identidad sino que se trataba de Jeff Dover, un adicto al póquer. Cuando Aubrey va a su lugar de trabajo le cuentan que poco antes de desaparecer había discutido con un compañero de trabajo.


 Y es ahí, justo en la sala de interrogatorios, cuando el compañero de trabajo les habla de las partidas con grandes apuestas en las que Jeff participaba, que le debía dinero y la noche anterior le había mandado un mensaje anunciándole que acababa de ganar 28.000 dólares, cuando Booth traiciona por primera vez a Booth, cuando el adicto toma el control de su vida. A pesar del dolor es digno de verle saltar literalmente de su silla. Ya ahí, de no estar advertidos, se habría podido descubrir que sus diez años de abstinencia desaparecerían, como desaparecen, entre un rascado y un gran suspiro. 


A partir de esa escena a nadie escucha, ante nadie cede, encastillado en su fortaleza, ni a Aubrey ni mucho menos Brennan, que inermes, ante su decisión de acudir de incógnito a la timba dónde la victima jugaba (ya que no han aparecido el dinero junto con los restos, alguien de la partida debió matarlo). Y ahí es dónde debe estar él. En la partida todos mienten, él es el único que conoce su lenguaje, él, el único que puede atrapar al asesino. Y nada le importa que tanto uno como otra esgriman para convencerle como suprema fuente de autoridad los escritos del doctor Sweets, para evitar la tentación. “Te han disparado, te han encarcelado, tu mejor amigo ha muerto entre tus brazos, no estás bien”, le advierte Aubrey”.



 Y el adicto responde a Brennan en el diner:

"Voy a estar bien. Mi padrino está a tan sólo una llamada de distancia. Puedo manejar estoJugué en el pasado porque mi vida era un desastre,  un completo desastre, vamos, ahora te tengo a ti, tengo Christine, tengo a Parker, tendremos al chiquitín que viene de camino... no puedo tirarlo todo por la borda por una partida de póquer".



Luego le presente a su corredor de apuestas, y por primera vez le oímos decir "Temperance Brennan, mi mujer". Y a partir de ahí como si el espíritu de la víctima se hubiera encarnado en él mientras contemplaba la medalla de Jugadores Anónimos que encontraron entre sus restos y que representa, como la que él tiene, su lucha por vencer la adicción, lucha perdida por el trauma y la culpabilidad de sobrevivir al accidente en el que murieron su esposa y su hijo, Booth, un hombre que lo tenía todo para ser feliz, que no tenía ninguna necesidad de jugarse su maravillosa vida, la apuesta, aparentemente por un bien mayor, atrapar a un asesino "Cómo no iba a hacerlo por temor a recaer" y como no podía ser de otra manera, la pierde.


Aunque llegue a su casa eufórico y a deshora, chuleando sus doce mil dólares de ganancia. Contraatacando a Brennan cuando le dice que cualquier cambio emocional, incluso bueno puede llevarle a una recaída. “¿Esa es toda la fe que tienes en mí”. “No, es cuanto te amo”, le responde ella. Pero eso ya no le es suficiente. Ya no es Booth, es Angelus.



Y cómo contar lo que sucede en la última y definitiva partida, cuando las apuestas están hechas, las fichas con miles de dólares sobre la mesa, tienes buenas cartas y cuando descubren la última te sabes ganador. Cómo contar lo que pasa en esos instantes por el corazón y la cabeza de Booth debatiéndose entre el deber y la adicción. Ya sabe quién es el asesino, los del Jeffersonian, azuzados por Aubrey y una temerosa Brennan han trabajado contra reloj, para que Booth abandone la partida, para que Booth salga indemne.

Y la metáfora no puede ser otra, el asesino es un buen hombre, como todos los que estaban alrededor de la mesa. Un hombre al que el juego había arrebatado, casa, hijo y esposa, que necesitaba los 28.000 dólares para recuperar su casa, un buen hombre sí, pero que mató a Jeff Dover metiéndole el bate de beisbol por la garganta. Hodgins, Angela, Cam, han completado las pruebas. El mensaje le llega a Booth.




Lo sabe, sabe quién es el asesino, sólo tiene que hacer su trabajo, y aún así sigue pendiente de la mesa, y aún así mira las cartas. Las imágenes son tensas, incómodas, la interpretación de David Boreanaz inquietante; mis palabras para describirlas tan impotentes como Brennan, Aubrey y los de Jeffersonian que contemplan la partida en directo a través del “ojo del cielo”, la cámara cenital sobre la mesa de juego; incrédulos, preguntándose por qué no actúa, por qué no detiene al asesino. “Es un adicto”, dice una dolorosa Brennan.
  


 

En casos como este mejor ceder la palabra al hombre que, adicto él mismo al juego, mejor que nadie ha descrito lo que en esos instantes siente Booth, lo hizo en su novela El Jugador y se llamaba Fiodor Dostoievski


Realmente habríase dicho que me impulsaba el Destino. En una especie de angustia febril, dejé todo el dinero sobre el rojo… y de pronto volví en mí. Fue la única vez durante aquella noche en que el terror me heló, manifestándose por un temblor de mis manos y mis pies. Con horror me di cuenta, en un momento de lucidez, de lo que hubiese significado para mí perder en aquel instante. ¡Toda mi vida estaba en juego!”.


La de Booth también, y el viejo Booth aparentemente gana. Tira su placa sobre la mesa y detiene al culpable.


 En el Jeffersonian, Brennan respira y sonríe, su hombre vuelve con ella.



Y vuelve, realmente vuelve y le prepara sus tortitas y su brócoli, con kétchup porque está embarazada y estamos de antojos, y ríen y discuten cuándo decirle a Christine lo del niño, “Cuando vea que tu cuerpo está cambiando se lo va a imaginar”, dice Booth, “Entonces le diremos que va a convertirse en hermana mayor”, responde Brennan. Y se sorprenden, cuando  Christine a sus espaldas, porque les ha oído, les pregunta “¿Voy a ser hermana mayor?”


Una escena doméstica como las de tantas otras noches, más feliz si cabe que otras noches para Brennan, está embarazada y han superado una de las mayores crisis a la que como pareja se han enfrentado. Todo marcha bien… sólo que suena el teléfono.  Y mientras ella coge en brazos a su hija Booth mirando el móvil dice, “Es una llamada de mi padrino”.


Y Brennan, ajena, confiada, conserva una noche más la esperanza y la fe en su marido porque Booth como un Yago cualquiera le da la espalda cuando responde a Jason, su corredor de apuestas. Sin embargo, nosotros no tenemos tanta suerte, porque frente a la cámara, retándonos, Booth dice "Necesito apostar doscientos dólares a los Cardinals”. 


Ya lo advirtió Stephen Nathan cuando pidió que nos abrocháramos los cinturones porque todo comenzaba esta noche. Y es cierto. Con The Eye in the Sky se acabó la serie amable, "la que juntó amado con amada, amada en el amado transformada" (si se me permite la frivolidad de parafrasear aquí a San Juan de la Cruz) y comienza una nueva Bones que inevitablemente altera el valor, la perspectiva, de lo que nos han contado durante los últimos nueve años.  



Y aunque en Bones no todos los hechos tienen consecuencias y algunas cosas simplemente suceden porque sí; no puede ser que tamaño crimen contra Booth y por ende contra Brennan, contra la serie conocida, contra los fans, contra las Penelopes descarriadas a las que tantas horas el lanzador de cuchillos acompañó en la sala de espera de la estación, quede en una mera ocurrencia para incrementar el suspense de un final de temporada, y mucho menos de serie, ahora es imprescindible, ya que nunca recuperaremos al viejo Booth, ya que nada volverá a ser tan inocente como era, que tanta traición tenga al menos un honorable propósito.

¿Lo tendrá? ¿Cuál creéis que puede ser?





PP. Se me olvidaba. Sufráis lo que sufráis, os hayan roto el corazón o sólo os lo hayan aplastado, sonreíd. No mostréis vuestras lágrimas a los dioses de Bones. Son dioses, se alimentan con el humo de nuestro sacrificio y si no recordad lo que dijo Stephen Nathan tras la muerte del doctor Sweets cuando le pidieron unas palabras para los fans: “Me gustaría simplemente decir siento que usted esté sufriendo, pero esa fue nuestra intención.”  


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