lunes, 24 de septiembre de 2012

Diabluras de Verano XIV


Antes de empezar quiero pedir disculpas por la semana de retraso. Cuando  comencé con las Diabluras dije que terminarían cuando llegara el otoño, pues bien, oficialmente el sol entró el 22 de septiembre, a las 16 horas 49 minutos, horario peninsular, en el otoño y aún queda otra Diablura más para averiguar todo lo que ocurrió a Amada Muñoz Expósito en Nueva York, para averiguar qué hizo Samantha la protagonista de su novela con su libertad.

Aunque no he cumplido el calendario y en puridad ya no deberían llamarse Diabluras de Verano no les cambiaré el título, si no son de verano serán veranillo…, el de San Miguel que está cerca. Gracias por esperar. 

Os cuento.

Santa Fe, la capital de Nuevo México es el tercer mercado del arte de Estados Unidos. Ese es el dato.

Desde que recibí el correo de la inspectora Taylor no he dejado de preguntarme cómo la policía estatal de Nuevo México, sabía más de lo ocurrido a Amada que el Departamento de Policía de Nueva York.


Vanessa en la búsqueda de información preguntaba “¿Han visto a esta mujer?” Y acompañaba una foto de Amada, nunca, nunca preguntó por Margot. Y sin embargo fue su autorretrato la clave para encontrarla. Por cierto que de la exhumación de cadáveres, pruebas de ADN, y todo el papeleo se encargó, por propia iniciativa la inspectora santafesina. ¿Sus razones? Ella sabrá. Resulta que la inspectora Taylor dejó la policía después de acabar con un peligroso asesino en serie, pero esa es otra historia a la que Vanessa no ha tenido acceso, los archivos son secretos y los periódicos de Santa Fe muy discretos.




Seguiremos llamándola inspectora; bien, pues la inspectora Taylor nos ha contado que fue una tal Jennifer Addy, detenida en Santa Fe al intentar vender, a una galería de Canyon Road, una falsificación de Georgia  O´Keeffe, quien tenía las pruebas en su poder. En cualquier otro sitio hubiera tenido éxito, pero en Santa Fe hasta el último coyote recién llegado por la frontera reconoce un original de Georgia de una falsificación. La pillaron, claro. Y cuando registraron su casa encontraron más falsificaciones, y una gran colección de fotografías de Antonio de D`Agata, el fotógrafo de los excesos, principalmente.

En un principio contó que había trabajado en Pacewildenstein, la galería más importante del país, “un templo del arte”,  dijo, “que había cambiado la historia del arte del siglo XX al dar a conocer a los artistas de la Action Painting, Pollock, De Kooning y después a Warhol, Basquiat, Julian Schnabell, los de la Bad Painting”,  añadiendo que los cuadros y las fotografías las había recibido como indemnización por su despido hacía casi cinco años. Que por supuesto no tenía ni idea de que  los cuadros fueran falsos, ni robadas las fotografías.

A la policía le costó desmontar su historia, los intentos de hablar con los dueños de la galería resultaron vanos, había desaparecido. Pero al final localizaron a uno de los antiguos empleados quien aseguró que lo dicho por la señora Addy era falso, añadiendo que los propietarios la habían denunciado por el robo de las fotografías.



Cuando Jennifer Addy se vio ante la amenaza de pasarse los siguientes diez años de su vida en la cárcel pidió expresamente hablar con la inspectora Taylor, quería un trato. Y cuando la inspectora Taylor se presentó le mostró las fotos de una desconocida hechas en la puerta de “Saks Fifth Avenue” y le propuso que si retiraban los cargos le explicaría quienes eran las mujeres muertas en un tiroteo con la policía el 3 de febrero de 2008 en Nueva York.

El porqué la inspectora Taylor pudiera estar interesada en el tiroteo hasta el punto de conseguir librarla de los cargos de robo y estafa es algo que se me escapa, pero dado que consiguió esclarecer el destino de Amada, reconozco que me da igual.

El caso fue que hechas las oportunas averiguaciones con el DPNY la inspectora Taylor se encontró con que la mujer de la foto era precisamente una de las  muertas en el tiroteo. La señora Addy no consiguió que retiraran los cargos pero sí, por su colaboración, una sustanciosa reducción. Y entonces entregó otra fotografía, en ésta se veían dos mujeres. “Son las muertas con unos cuantos años menos”, dijo señalando las fotos de los cadáveres primero y luego las de las mujeres. “Se llamaba Margot Serna y era española”, y entregó el pasaporte de Margot. La otra, la que mató su amigo, era su amante, se llamaba Amada y era escritora.”

Esa última frase es la que ha dado alas a Vanessa para seguir con sus oscuros manejos informáticos, “La Taylor está liada con el detective Herman, fue él quien mató a Amada, hay que encontrarlo.” La dejo hacer, pero yo ya estoy fuera. Espero que se aburra pronto ante mi indiferencia y deje de hurgar en vidas ajenas. Es buena, muy buena, tanto que estoy empezando a temerla, no sé si no terminaré yo también desapareciendo, dicen que en Nueva Zelanda hace falta gente para cuidar ovejas…






“La vi mientras merodeaba por la consigna del Museo de Arte Contemporáneo; yo andaba sin un dólar, debía dinero y necesitaba desaparecer por un tiempo, así que me dije Jenny es hora de una visita al museo. Tengo un don para reconocerlos, ¿sabe? huelen a frustración. Miran las obras con odio. He visto a tantos morderse las uñas hasta sangrar, arrancarse el pelo que sé lo que piensan “por qué él y no yo”, “las mías son mejores”…  Reconozco a un artista frustrado, a un “genio por descubrir” en cuanto le echo la vista y con ésta, además, por la forma en la que entregó la cámara a la encargada de la consigna, por su titubeo, supe que me facilitaría la vida. 



La seguí la hora y pico que estuvo contemplando los rostros de mujer de Jim Nutt y el autorretrato de Gerhard Richter. Se cuestionaba, no ya como pintora o fotógrafa, por la ansiedad de su mirada, por el esfuerzo que hacía para alzar los hombros, pensé que se trataba de algo más profundo, que se preguntaba por sí misma. Y la elegí. No sabía si podía sacarle mucho o poco, en principio ese no es el reto. Puedo no conseguir dinero pero sí una buena falsificación. No sabe usted de lo que son capaces de hacer los artistas por alguien que les diga que son un genio…, incomprendido, claro. 


Pero resultó que ésta además tenía dinero. Desde el museo se fue a Saks. En la sección de peletería la abordé. Me lo puso fácil, Saks ya no es Saks, usted me entiende, todo ese dinero extranjero tiene que sacar sus beneficios ¿no?, pues en su probador alguien acababa de dejar una mancha y salió azorada, en un mal inglés intentó explicar que se había sentado sobre la sangre y ahora tenía los pantalones sucios. 

La encargada no la entendía, realmente parecía como si le hubiera bajado la regla. Aproveché la oportunidad y hablé con la encargada que enseguida nos llevó a la sección de moda para elegir pantalones, a cargo de Saks, le dije a la desconocida, aunque la encargada no había dicho nada. Agradecida, se desahogó, no soportaba sentirse sucia, necesitaba un baño y casi llorando añadió que aquella maldita sangre le había estropeado un maravilloso día, (y el día era horroroso, frío, agua nieve, barro, atascos). La abracé y no sólo se dejo hacer sino que me devolvió el abrazo, su cuerpo temblaba. Así supe una cosa más, pero me aparté, no era ni el lugar ni el momento. La dejé en el baño limpiándose y le llevé un bonito pantalón de Prada. ·Es tuyo… si lo quieres”, le dije. Y entonces ella me contestó que se llamaba Margot.

Cuando se cambió quería largarse y no se lo permití. No tenían derecho los de Saks a estropearle su día, así que volvimos a la sección de peletería y estuvo probándose abrigos de visón más de dos horas. Al final se compró uno de cinco mil dólares. Me quedé con la boca abierta cuando sacó un talonario de cheques de viaje. Ya nadie utiliza esas cosas y allí estaba ella con un talonario de más de cien de los grandes. No lo podía gritar más a las claras, “róbame” decía. No lo hice. 



Le propuse ir a tomar unas copas a  Pacewildenstein, fue un tiro al aire que dio en la diana, la conocía, sólo con verle la sonrisa que se dibujo en su cara supe que ya eran míos los cien mil dólares. Se sentó, dijo que le temblaban las piernas, que no podía creer su suerte. Resumiendo, le dije que era la encargada de la sección de fotografía, ella me dijo que era fotógrafa, yo me sorprendí, que alegría, mua, mua… le pedí que me enseñara su obra, que andaba siempre a la búsqueda de talentos… sacó la cámara, me mostró unas viejas fotos de ella y otra mujer, otras de gente corriente por la calle a las que les habían difuminado el rostro, sospeché que imitaba a Richter, le dije que me lo recordaba, se sintió alagada, le dije que me encantaba su obra…

 “Todo eso en el probador”, concretó la inspectora, “por supuesto en el probador, luego le dije “mejor que ir a la galería lo que debes hacer es comprarte un bonito vestido de Oscar de la Renta y venirte esta noche a la fiesta de despedida que doy en mi casa. Conocerás a Antonio D`Agata”. No tiene ni idea la conmoción que sufrió cuando se lo dije, fingí no darme cuenta y añadí que también estaría Chris Martin, el líder de Coldplay, un gran coleccionista, Julián Schanabell…, “su mujer es española, como yo”, me contestó; “aunque con Julián nunca se sabe, le expliqué, te dice que viene y luego no sale de la cama”. Añadí que me cambiaba de piso y tenía una cita con el administrador así que le di mi tarjeta y expliqué como tenía que llegar desde el hotel Chelsea donde me dijo que se alojaba. El Chelsea, ¿se da cuenta de que era una estúpida pretenciosa?, al Chelsea sólo van los turistas.



“¿No temió que se le escapara?” No. Por supuesto que no. Ese pez ya estaba en el anzuelo. A las ocho de la tarde en punto apareció. Venía orgullosa, se sabía atractiva, tendría casi cincuenta años pero con la luz adecuada representaba apenas treinta y cinco. Genética, sin duda, tenía una piel blanquísima, unos ojos grandes y tristes y una boca para sorbérsela a besos, estaba bien, inspectora. You´re Wonderfull” le dije besándola con la boca abierta.

“¿Y no dijo nada cuando vio que en la casa no había nadie más que usted, porque no había nadie, verdad?" Nadie y además hacía frío, me habían coartado la calefacción por falta de pago. Pero se lo expliqué, le dije que había habido un malentendido con el administrador y los de la mudanza, que había localizado a los demás y suspendido la fiesta. Había intentado advertírselo, la había llamado, pero en el hotel me dijeron que no respondía. “¿Y era mentira?” No…, llamé al hotel, pero sólo para comprobar que era cierto que estaba alojada en él.




Me contó que había tenido una tarde horrorosa, un vampiro que pretendía llevársela al infierno. “¿Un vampiro?” Un vampiro, alguien que se alimentaba de su alma y de su sangre. Pero lo has matado, ¿no? Le pregunte en broma. No, me contestó lacónica. Pues a los chupasangres se les clava una estaca en el corazón y adiós. “¿Le recomendó que lo matase?” Señora, yo no recomendé nada, yo sólo dije lo que dije.

“¿Cómo consiguió que se quedara?” Con una copa de champán, bueno de espumoso de los Catskill y un “celebremos nuestra propia fiesta”. Se le fue la desilusión al punto, anticipó lo que ocurriría en la cama y se ilusionó, así que bebió y bebió y para cuando la besé y la acaricié ya nada le resultó extraño, lo deseaba y se dejó amar. Luego, en la cama me hablo de su vampiro, se llamaba Amada, Amadina, Amadita, Amada, era escritora, se estaba muriendo y quería llevársela al infierno. Le dije que jamás lo consentiría, que lucharíamos contra ella y le aseguro, inspectora, que me gané los cien mil dólares, que por unas horas se olvidó del infierno.

“Y despertó en él ¿no?”

No lo sé, se despertó con resaca, no lo dude, con una gran resaca y sola, en una casa vacía; sin bolso, sin cheques, sin cámaras, sin pasaporte, sin el vestido de Oscar de la Renta. ¿El infierno? Nueva York desde luego lo es. Pero oiga que  le dejé unos pantalones viejos y un jersey, soy una ladrona, señora, pero no una asesina ¡ah! y le dejé el visón. Era falso.”

Samantha
O la Recompensa de la virtud


Querida Raquel, querida…, que hubiera sido de mí sin ti, cómo podré agradecértelo algún día ahora que me encuentro tan lejos. Te debo la vida, Raquel. Decía el más joven de los demonios que la Prudencia es una doncella rica, fea y vieja a la que corteja la ineptitud, qué equivocado. La prudencia es una doncella rica y hermosa como tú. ¡Cuánto te echaré de menos!

Desde ahora te digo que me has convencido, que de todos los dioses que me han ofrecido venerar sólo daré pábulo al que se alimente del sonido del oro cayendo en mi faltriquera. Gracias a él me has salvado, y te aseguro que no consentiré nunca más que ni demonios ni ángeles del cielo tengan poder sobre mí ni mi cuerpo, que nadie, ni ser humano ni celestial arrastrará jamás mi trasero de zoco en calondra cómo diría mi  padre. A él, al dios del oro que te ayudó a comprar la vaca con la que pagaste a mi salvador y sólo a él veneraré en mi nuevo destino.



¿Estás enfada conmigo, querida? No podía despedirme, no después de lo sucedido. ¿Preferirías que me hubiera quedado a tu lado? De ser así mi cuerpo colgaría ahora de algún portazgo como antes de embarcarme pude ver el cuerpecillo desmirriado del nuevo dueño de la vaca. Te juro, dorado plumón, que no fui responsable de las muertes del vicario y del coadjutor. Quién podía imaginar que el rencor no sólo anidaba en mi corazón sino que en el del mozalbete se criaba una Quimera. Que los abusos a los que me sometían diariamente eran menudencias comparados con los que le hacían sufrir a él.

En realidad cumplió las promesas que nos hizo a las dos y su odio limpió mis manos de sangre. Porque has de saber que aunque no fui yo quién les rajó los cuellos, sí que agonizantes en el suelo les clavé una horca con gran  saña en sus partes pudendas, esas que con tanto orgullo habían exhibido ante mí, las que se habían refocilado en mis carnes. Y no sabes cómo disfruté cortándoselas, lo mismo que cuando condimentadas con sal y pimienta me las comí churrascadas en la lumbre.



¿Me convierte eso en asesina? A los ojos de la Justicia de la Corona sin duda, espero que no a los tuyos, querida Raquel. Después de semanas prisionera tenía hambre. Y no, no lamento haberme entretenido al amor del fuego mientras se retostaban sus criadillas perdiendo así el tiempo preciso para acabar con la señora K. Grande había sido mi suerte hasta entonces y no quise arriesgarme a ser atrapada, por eso huí antes de que la luz del alba convirtiese mi venganza en una cochinada.

Cuando el chiquillo regresó para liberarme después de poner a salvo su vaca ya había caído la noche y la niebla andaba baja. Me entregó un mendrugo de pan y un trozo de lengua estofada por todo alimento, y no te lo reprochó, sé que no fue tu culpa, que él se comió los chorizos, el jamón y todo lo que para mí le diste. Al menos dejó junto a la cama las sayas y el refajo antes de largarse. Te aseguro que no dijo palabra, que en ningún momento me avisó de su asesina intención.


Cuando acabé con tan escasas viandas recobré un poco las fuerzas, y aunque me sentía afiebrada y muy débil me vestí, no quería permanecer ni un minuto más de lo preciso en aquel infecto lugar, no podía arriesgarme a que alguno de mis torturadores se presentara. Así que como pude, medio turulata, pero decidida en el corazón me levanté y caminé hacia mi libertad. No me preguntes, no me preguntes si tenía algún plan porque sólo pretendía escapar.

Sí, Raquel, me han tenido prisionera en la cripta de la vieja Abadía de G. Nada más subir los escalones del cuchitril dónde me escondían, el sudario de la niebla me envolvió. Ni techo, ni nervaduras, ni cielo quedaban en aquellas ruinas. No me amilané por los monstruos que tras las columnas medio derruidas se escondían ni por las manos engarfiadas de los caballeros normandos que las construyeron que me rozaban la piel a mi paso, corriendo a través de la lechosa bruma recorrí lo que debió ser la nave central.


Sin cielo ni estrellas para guiarme avancé hacia lo que creí campo abierto, con tan mala suerte que cuando me di cuenta me había estampado en la frente el cordero pascual que tenía esculpido sobre el arco de la puerta. Perdí el conocimiento, querida, no sé por cuanto tiempo, el caso es que cuando me desperté ya todo a mi alrededor era un manto blanco. A tientas, avanzando con los brazos extendidos por delante continué la huida, con los oídos abiertos, temblando de frío y miedo, temiendo no ya a los espectros que parecían acecharme desde todos lados sino a que los vivos reconocieran mi aliento.


De pronto a lo lejos me pareció oír el resonar de un cencerro, me dije que debía haber avanzado hasta una granja y entonces me percaté que los tiritones de mi cuerpo ya no eran sólo por la fiebre sino también por el frío que con la niebla se caldeaba en mis huesos. Mi aventura había comenzado en verano y me dio por pensar que finalizaría allí, aquella primera noche aciaga de otoño, porque de pronto el barro me atoró los pies derribándome.

Me incorporé como pude y apoyándome en los brazos avancé, avancé poco a poco hasta que el sordo repiquetear del cencerro, que nunca debió existir, sino ser el retumbar de mi sangre en el cerebro, se transformó en el alegre titilar de unas gotas de lluvia sobre el cristal. Llovía y la lluvia no era amarga como la bruma sino dulce como la libertad. Y me puse en pie. Si Raquel con todo mi cuerpo dolorido me levanté, la niebla me abrió paso y todo el mal que hasta entonces me había rodeado se esfumó. 


Ante mí se levantaba una casa de piedra y a través de las ventanas se esfumaban los calores y el cobijo de un buen fuego. A punto estuve de llamar, sólo una punzada en el corazón me hizo retroceder cuando ya mi puño rozaba el cristal. Pensé que no había caminado por toda la eternidad para ir a caer en manos de otros demonios, y entonces, precavida, me asomé y lo que vi ya no me dio miedo, al contrario, todos mis tendones, mis músculos y mis nervios entonaron el Gloria.

Allí frente a mí, cómodos y bien calientes los demonios se zampaban una suculenta cena. Me moví rápido, corrí hacia las caballerizas y me apropié de la horca, con ella en la mano, bien empuñada caminé hacia la puerta de servicio; no sabía si quería sorprenderles o no, sólo quería…, sólo quería probar la consistencia de sus carnes como ellos habían probado la mía.




Cuando ya estaba por llegar una mano surgiendo de la oscuridad me retuvo, era el chiquillo, en su mano empuñaba un cuchillo de carnicero. Se llevó los dedos a la boca imponiéndome silencio. No me preguntes Raquel porqué le seguí, sólo sé que lo hice, tampoco que fuerza sobre humana lo embargo para ser instrumento de mi venganza, no me importa. Sólo sé que  abrió con estrépito la puerta que los protegía a ellos, los monstruos, de nosotros, los seres humanos y que antes de que pudieran reaccionar ya le había rajado el cuello al coadjutor. Tinto de sangre se dirigió a un tembloroso vicario que con los ojos desorbitados, con los belfos temblorosos ni siquiera era capaz de invocar a su dios, sólo dijo no, cuando el chiquillo se le acercó.

Y cuando los vi a ellos a los torturadores nadando en su sangre, sin poder contener el caudal que de sus heridas se les escapaba me acerqué y primero a uno y después al otro y les hinque con las escasas fuerzas que me quedaban la horca. Luego, golpee al chiquillo con el atizador de la lumbre, le arrebaté el cuchillo, a los demonios les corté las gónadas y me alimente. No eran muy sabrosas y las del vicario resultaron demasiado correosas, pero al menos me dieron la fuerza suficiente para caminar hacia la costa. Para llegar al mar. A la salvación.













domingo, 16 de septiembre de 2012

Diabluras de Verano XIII


Lo que son las cosas. Cuando Vanessa encontró, primero en los periódicos y después en los archivos de la policía, la pista de lo que le podía haber ocurrido en Nueva York a Amada, no la creí. No podía, aunque tenía su lógica, las dos estaban muertas, por qué si no iban a desaparecer durante más de cuatro años. Y pensé, pensé que dijeran lo que dijeran los periódicos las habían matado. Jamás, jamás se me pasó por la imaginación de que no hubieran sido las víctimas.

¿Y qué decían? En realidad era todo muy confuso, incluida la información del NYT. Los titulares eso sí, impactantes “Detective muerto en un tiroteo. La asesina y su cómplice abatidas por el compañero del muerto en el Upper East Side”. El tiroteó había ocurrido en la salida del metro de la esquina de la calle Lexington con la Ochenta y seis Este.


Era del 3 de febrero de 2008, justo el día que se jugaba la Super Bowl entre los Patriots de Nueva Inglaterra con los Gigants de Nueva York. No quedaba demasiado espacio para lo que no fuera el análisis del partido, los pronósticos, las apuestas, “el héroe, Elie Maning”, Tom Brady. Mejor el patriota, la había ganado el año anterior; el gigante en realidad un David. Y además estaba Giselle Bündchen, la novia de Brady. Vales para adquirir Finger food, los supermercados con mayores descuentos. Tom Petty y su banda de Corazones Rotos que amenizarían el descanso.


En el NYP al tiroteo le dieron un tratamiento especial. Uno de los policías, el héroe, el detective Patrick H. Hermman que había abatido a una de las mujeres, había sido, a sus diecisiete años, el mejor running back del Estado de Nueva York, un All Star. Y hablaban de su mala suerte, de que cuando a los dieciocho años estaba a punto de ganar su segundo campeonato estatal, le habían partido una pierna poniendo fin a lo que se preveía una carrera triunfal. Y decía más, añadía que era uno de los mejores tiradores de la policía, que había pertenecido a la Unidad de Emergencias, que había sido varias veces condecorado tanto por Giuliani como por Bloomberg.



De las muertas casi nada, dos mujeres blancas, entre los cuarenta y los cincuenta años. Bien vestidas, una con un abrigo de visón, la otra de cuero. “No decías que tu amiga Amada tenía un abrigo de cuero, de los de ferroviario que nunca se quitaba”, me dijo Vanessa, “Una de las muertas llevaba un abrigo de esos”, la primera pista. “Habrá millones de abrigos de cuero”, contesté. Ni una foto de sus rostros, sólo de los cuerpos cubiertos por plásticos dorados. Los de las asesinas. El del policía retirado.

Al final añadían que la asesina del policía había vuelto su arma hacía sí y se había suicidado. Su cuerpo aparecía atravesado en los escalones de la salida, la otra justo antes de que empezaran. Ni una razón ni un por qué. Sólo el Post especulaba que pudiera ser la mala suerte la que hubiera ocasionado la muerte del detective Solano, casado y con una hija. Que los informes oficiales iban por esos derroteros, un ajuste de cuentas entre las dos mujeres. Los policías, destinados en la comisaria de la calle Sesenta y seis, víctimas inocentes.

Eso fue el día tres. Aquella noche en Arizona, Manning le ganó la partida a Brady. Los Gigantes ganaron 17-14, en un partido que se resolvió en los dos últimos minutos. Y al día siguiente los periódicos sólo hablaban de Manning, Mannin, Manning, Manning, de vez en cuando nombraban a Strahan, el capitán de la defensa. Del tiroteo nada.


Raro. Pero cosas parecidas pasan en los Estados Unidos de Norteamérica todos los días. La inspectora Taylor ha confirmado que al lado de Amada, la mujer que esperaba en el quiosco, se encontró una pistola, una Glock de nueve milímetros y que en la autopsia encontraron restos de pólvora en sus manos. Su conclusión es lógica, Amada, disparó a Margot. Y Margot, “la otra señora”, murió por un disparo de revolver, el mismo que mató al detective Solano. Es decir, Margot se suicidó. Las noticias de los periódicos, los archivos policiales corroborados.  

Todo aclarado, ¿no? Vanessa ya no puede sacarse ningún conejo de la chistera. Y sin embargo a mí me quedan dudas, muchas dudas. Por ejemplo, las armas.  Bien está que en Estados Unidos sea tan fácil comprar una como aquí una bolsa de patatas fritas, pero acababan de aterrizar y la compra no figura en ningún registro, si es así las consiguieron en las calles. De Amada puedo aceptarlo, no me resulta inverosímil imaginarla comprando en cualquier esquina un pedazo de muerte, pero ¿y Margot?, si veía monstruos en cada ventana cómo se iba a perder por las malas calles en busca de un arma. 


Y no paro de preguntarme ¿cómo? No sé si me entienden. Puedo aceptar que Amada no estuviese dispuesta a consentir que Margot la abandonase; puedo, a regañadientes, entender que quisiera acabar con ella temerosa de que sin su vigilancia cometiera más locuras… pero y ¿Margot? ¿Por qué querría matar a Amada? Se moría. Y además que Margot podía ser una homicida, pero ¿asesina?

- Quería matar a Amada porque era un obstáculo para su nueva vida –me explicó Vanessa cabreada por mis preguntas.

- Puedo aceptarlo, puedo… pero ¿matarse así misma? ¿Por qué?

- Porque todo le había salido mal, porque había matado a un policía.

Vanessa y su lógica. Aunque…, tenía antecedentes de enfermedad mental, podía haberlo alegado…

- No estaba tan loca, ¿tú has visto una película carcelaria americana? Se la hubieran comido viva.

- O no. Y además ¿dónde estaba su equipaje? ¿Dónde se había alojado durante los dos días que estuvo sola? ¿Cómo la localizó Amada? Y la más increíble ¿cómo la policía de un país tan preocupado por su seguridad no pudo identificarlas? ¿Dónde estaban sus pasaportes? ¿Dónde las cámaras de Margot? ¿Dónde las fotos?

- Las robaron, la policía falla, falló el 11S ¿recuerdas?

- En el 11S, no con dos mujeres que viajan a Nueva York por placer. Algo chirría, ¿no te das cuenta? 



SAMANTHA
o la Recompensa de la virtud


¡Querida Raquel! Estoy tan débil que apenas si puedo sostener la pluma,  los pájaros del aire me arrebataron el alma. Querida mía, sé que no me queda tiempo para lamentaciones pero no dejo de preguntarme ¿por qué? ¿Qué he hecho para merecer tan cruel castigo? ¿Acaso no he cumplido siempre la voluntad de mis amos? ¡Oh Raquel!, apenas si queda ya luz en el día, no cabe por el ventanuco el titilar de las estrellas. Las pesadillas y la zozobra se ciernen sobre mi corazón, cuando ellos, mis asesinos, me abandonan. Se han ido, pero volverán… el deseo es su gobernador.

Raquel, si tuviera fuerzas la rabia que me hierve por dentro cuando se me acercan prendería sus ropajes sacrílegos y les enviaría a la casa de su amo Satanás, ese que según dicen entregó a Dios los ladrillos que le sobraron de los hornos del infierno para construir el cielo. Oh, sí, sin remordimientos ni escusas, envenenados de envidias y corrupción se envanecen de su odio. Y aún así cuando arda en el infierno les devolveré las visitas, sí, acudiré a ellos con brasas en el regazo, con tenazas en ascuas retorceré sus cetros velludos, cerraré sus agujeros palpitantes y cubriré sus gritos con cenizas frías. Si pudiera, Raquel, si pudiera…




Sé que pequé de incauta, que eché en saco roto las advertencias de la señora K., lo sé bien. Pero qué podía hacer, todos, incluida tú, me habíais enseñado a obedecer, a confiar en los amos. He confiado y amado, Raquel ¿dónde está el pecado? ¿Por qué recibo en pago fiebre y miseria?

 En mi última noche en la mansión estaba tan contenta de que el amo viniera a mí, saltaba tan juguetón su cetro entre mis dedos que no sospeché la felonía, ni me percaté de la diferencia de envergadura hasta que ya fue tarde. Era mi única misión en la vida, ¿recuerdas? Morir de amor por el poder de su báculo, él dictó las palabras que te escribí. ¿Qué podía hacer sino ahorcajarme y abrirle el camino?

Demasiado fiero se reveló, cuando lograba encajar la puntita entre mis pliegues su ansiedad me descabalgaba. Aún así insistí, pidiéndole mil perdones por mi torpeza, que niñería ¿verdad? Recuerdo encontrarme al borde de las lágrimas por mi ineptitud y entonces me cogió por la cintura, se volteó y me tumbó en la cama. Por unos instantes su cetro me golpeó la cara. Era inmenso, demasiado poderoso para una vulvita tan pequeña como la mía a pesar del repetido uso al que estaba sometida. 



Me asusté, Raquelita, no sabía que le había ocurrido a mi buen amo, qué hechizo le habían dado en casa de la marquesa, para que su ya de por sí imponente báculo se hubiera transformado en el de un caballo. Dirás que por qué ante aquella monstruosidad no huí; no podía, mi miedo a perderle era superior al miedo al dolor, de todos modos era consciente de su poder porque en vez de montarme por la grupa lo hizo por el sitio natural. Aunque temerosa abrí las piernas, alcé las caderas y cerré los ojos.

Intentó una embestida a las bravas y salió despedido hacia mi ombligo. El aire corrió por mi piel y me estremecí, se enfadaba, me abandonaba y le llamé… sí, le pedí que siguiera, que volviera a intentarlo. De pronto sentí sus manos en mis tobillos, me abrió las piernas todo lo que mis caderas dieron de sí  y las ató a los varales de la cama. Comencé a temblar, era como si ya lo tuviera dentro, mis veneros se derramaban y mi entrada rezumaba jugos tan abundantes que cualquier otro hubiera entrado a la gruta deslizándose suavemente. Cuando embridó de nuevo su ariete, ahora sí, lo clavó entero hasta el fondo.




Como explicar a una tímida virgen el tumulto que en mis entrañas se formó. La barahúnda que mis carnes entonaron. Cómo explicarlo. Perdí la respiración, Raquel, sentí como la fragua entera del herrero me había atravesado con los hierros enalbados, que ya no era una sola sino dos mitades y el martillo del amo una y otra vez las separaba, nunca antes lo había sentido así...

Conquistada la entrada, comenzó a acomodarse, a tomar posesión de las cuatro esquinas con paso lento, como de tanteo ante un camino desconocido. Gemí, intenté acomodarme a su ritmo, pero aquello que me atravesaba me derretía. Inició un medio trote que resultó terrible en la arremetida y gozoso en la retirada. Aunque apenas si podía pensar, aunque todo mi ser se concentraba en el lugar del fuego, le pedí que no me abandonara que siguiera, que suya era, que podía hacer de mí lo que quisiera. Él concentrado en el galope permanecía en silencio.


Llegó el momento en que las pavesas se esparcieron y el yunque se vació. Respiré por última vez en aquella madrugada, aunque no lo sabía. Agradecida por la gran cabalgada me incliné sobre él y le busqué la boca, su aliento agrio no me detuvo. Pero me había equivocado, la fragua volvía a estar llena de ascuas, el hierro una vez más blanco de fuego. Me pilló por sorpresa y volviendo a tumbarme con una mano aprovechó la otra para meterme un trozo de enagua en la boca y atarlo alrededor de mi cara. Ojalá hubiera llegado mi última hora como creí asustada por la violencia, ojalá y hubiera muerto antes que sufrir la ignominia y el muladar en que ahora me encuentro, ojalá, ojalá…

Pero no, no me mató, sino que sin aviso ni composturas me empaló una vez más y está vez, conocido el camino, no tardó en lanzarse a un galope frenético. No tengo que decirte, añorada Raquel, los enardecimientos que padecí, los vahídos en los que se escondió mi pobre corazón preso de convulsiones, ¿o era mi cuerpo? No lo sé, sólo sé que en un momento de la noche se me fue la vida y aún así no descabalgó. No sé lo que tardé en volver en mí, lo cierto es que cuando abrí los ojos descansaba a mi lado, con su báculo aún inhiesto. Cuando se percató de que había vuelto en mí con voz ronca dijo.

- Vamos, a ver si de una vez lo terminamos, paloma.


El vicario cuando vino, después de rezar las primas, a salvar mi alma me dijo que está científicamente comprobado que los sentidos son la puerta del alma, pues la mía, Raquel se fugó aquella madrugada y aún no ha regresado. Apenas si recuerdo algo más de aquella madrugada, estuvo horas dentro de mí, a veces a medio trote otras a galope tendido, nunca se cansaba, nunca se corría, galopar y galopar parecía su destino. ¿Y mi cuerpo? te preguntarás. Llegado el momento creo que siguió al alma, sólo que regresó a la mañana, cuando desperté y descubrí  el engaño.

- Señor Y., señor Y. –gritaba la señora K. junto a mí oído-, dese prisa, que el amo está por llegar, que ya ha pasado el portazgo.

Sí, inocente Raquel, adormilada y dolorida y aterida creyéndome aún en una pesadilla abrí los ojos y lo vi. Mi amante que se desperezaba gratamente con una sonrisa en los labios, no era mi el amo, sino el criado.

- Muy buenos días, señora K. –la saludó fríamente-, tranquilícese, aún tardará en llegar. Prepare a la putita para el viaje.


¿Qué podía haber hecho, dime, escaparme? No podía dar un paso, mis piernas no me sostenían. Fue el señor Y. quien me alzó sobre el colchón y me mantuvo en pie mientras la bruja me lavaba y me vestía con mis viejas sayas.

- ¿Ha disfrutado, señor Y? la puta parece que no ha tenido muy buena noche.

- Es buena, muy buena, señora K., no creerá lo que traga –le contestó y soltó una risotada.
Me supe perdida y les pedí la muerte. No me hicieron caso. La señora K. me terminó de atalajar sin miramientos. Pensé que me llevarían a casa de algún granjero, estaba segura que aquel sería mi destino. Esposa de un granjero. Sólo esperaba que fuese un poco viejo, con un báculo alicaído, que sólo izase bandera para el cumpleaños del Rey y por Pascua. ¿Quién podía pensar en esta ignominia?



No había transcurrido ni media hora cuando ya me empujaban dentro de una silla de manos con las ventanillas clavadas. No querían que supiera adonde me llevaban, tal vez temían que encontrara el camino de vuelta y me presentara ante el amo. No duró mucho el viaje, por el ruido del casco del caballo sobre el pavimento creo que me han llevado a un lugar en el campo y por la escasa luz que a este cuarto llega, los escalones de la entrada y por el intenso olor a cera e incienso creo que estoy prisionera en una cripta, una cripta bajo la iglesia.

No puede estar lejos de la mansión porque todas las noches el señor Y., me ha visitado. Y por la mañana, no bien amanece me visita el vicario, reza unos cuantos latines por la salvación de mi alma, se levanta la sobrepelliz y se adentra en mi trasero. Todos los días no bien el vicario cierra la puerta, llega el coadjutor, que con la biblia en una mano y la fusta en otra intenta arrancar de mí los demonios que le llevan a él a la perdición y en voz en grito me pregunta “¿Eres una buena mujer, Samantha, eres buena?” Pero antes de irse me abre de piernas y se vierte en mí. Luego el chiquillo con el que te envio este billete, abre el ventanuco que hay sobre la cama, me echa por encima un cubo de agua, me entrega un mendrugo de pan negro y me da a lamer su buen pedazo de carne.

Así son mis días, así mis noches, adorada Raquel, ven pronto, ven y sálvame.














miércoles, 12 de septiembre de 2012

Diabluras de Verano XII


Hasta allí habíamos llegado o hasta aquí, según se mire. Después de tantos descubrimientos indeseados ¿qué nos quedaba? ¿Qué nos queda por averiguar sobre Amada y Margot?

- Lo principal, el porqué de lo ocurrido en Nueva York, por qué se largaron.

- Eso lo sabemos, Vanessa, me lo confesó Amada, ¿recuerdas? Se iban porque Margot tenía un nuevo proyecto, Las  ventanas de Nueva York

- Te mintió –contundente-. Se marchó porque no podía dejarla irse sola. ¿Recuerdas? Margot era una homicida.

Vanessa y su lógica. No podía aceptarla, suponía dar por válidas todas las sospechas, convertir a Amada en cómplice y carcelera.


- Lo era –apostilló mi Marlowe particular.- Si no lo has visto todos estos años es porque no te han importado lo suficiente. No eres demasiado confiable Marien, por muy buena persona que te tengas.

Me quedé atónita, cómo de analizar la relación de Amada y Margot había pasado a convertirme en gente poco recomendable.

-No sería tan mala amiga cuando me ha nombrado heredera –contraataqué por eso de la mejor defensa.

- Sabía que eras una cotilla –se burló- que no dejarías que el polvo cubriera su historia. Por eso quedó contigo en El Retiro, por eso te entregó “Samantha”. No te regalaba el libro, te daba un acicate para que escribieses ese maldito blog, para que la hicieras famosa. Ella te contó la historia.



Me reí, me reí a carcajadas, tanto, que tuvo que sujetarme, apunto estuve de desternillarme, de perder mis agarres y levitar, otro corpúsculo más navegando sin rumbo por éter. “¿Famosa, con mi blog?”, le pregunté cuando agarrada a sus manos conseguí hacer tierra.

-Tengo una teoría –dijo soltándome, limpiándose las manos en las perneras del pantalón como si mi tacto la hubiese manchado. Bien, ya sabía a qué atenerme. Sin embargo me tragué el orgullo y esperé, esperé respirando hondo, tan hondo que de que me di cuenta se había largado. No volvió por casa en dos días.

- No viajaron juntas –dijo nada más aparecer en la terraza-. Margot se largó tres días antes. Se le escapó a la carcelera –y orgullosa añadió- Eso confirma mi teoría.

- Te largaste sin explicármela –le recordé.

- Margot estaba curada, harta de manicomios, de pastillas y especialmente de tu amiga –y en la palabra “amiga” sonó el retintín-. Buscaba una oportunidad.

- Para… ¿de qué hablas? ¿Oportunidad?

- Sí, tal vez la última. ¿No te das cuenta? Se le había pasado la vida sin hacer nada de lo que soñó y cuando vio la muerte tan de cerca huyó despavorida. Tu “amiga” tenía cáncer –de nuevo sonaban las campanas con la palabra-, estaba a punto de morirse pero… no se moría de una puta vez y se largó.

- Vaya, muy alabable su comportamiento. Amada la cuida toda su vida y cuando más la necesita se larga. Una persona muy confiable, Margot.

- Se llevó sus cámaras y nada más, quería empezar de nuevo, ver hasta dónde sus alas la llevaban. Tu querida Amada no podía permitirlo, no podía reconocer que mientras ella se moría Margot se salvaba y no iba a consentirlo, no después de haberle dedicado toda su vida, por eso la siguió hasta Nueva York, por eso tampoco se llevó nada, sabía que no iba a volver. Desengáñate, Amada viajó a Nueva York para matarla.


Demoledora teoría. Me dejó helada a pesar del bochorno de la mañana. Lo único que fui capaz de contestarle dolorida fue un estúpido “Y tú que sabes”. Lo malo es que sabía. Me encontraba tumbada en el césped al borde de la piscina, la copa de tinto de verano cerca de la mano, hacía calor, demasiado calor… Encima de la tripa desnuda me cayó la copia de la reserva de los vuelos, el de Margot Serna y el de Amada Muñoz Expósito, el de la primera hecho justo unas horas antes de la salida del vuelo, el de Amada al día siguiente de que Margot se fuera. Pero Vanessa no había acabado su presentación de pruebas. Al lado del tinto dejó su Smartphone.

- Escucha –me ordenó.

-  Ya no tienes sueños –decía una voz de mujer, distorsionada por la acústica no la reconocí.  

- No, no te acerques –le contestaba otra, ésta sí, ésta la había escuchado docenas de veces el último año diciéndome lo mismo “No, no hace falta que te acerques, estoy bien, bien…”. Era Amada.

- Cómo, cómo has conseguido esto. Apágalo –le pedí mirándola atónita-. ¡Están muertas!

- No –contestó inmisericorde. Escúchalo y luego me pagas los seiscientos euros que me ha costado.

- ¿Quién…, quién…?

-  Quién va a ser, la mujer que les limpiaba la casa. Ya puedes ir dándole de alta en la seguridad social o te va a hacer famosa de verdad.

Mis sueños se han cumplido – decía Amada desde su tumba.

- ¿Cuál, cuál de ellos? –Preguntaba rápida Margot-. ¿Eres una gran escritora, has escrito la gran novela del siglo XX?

- Encontré a un ser humano maravilloso a quien amar y he sido amada.

Me estremecí a pesar del bochorno por la carcajada que sonó a mi lado.

-Muy Corín Tellado, Amada. Un poco pobre de expresión ¿no crees?

Había que odiar mucho para decirlo y guardar mucho amor para no escucharlo.


- Porque te burles no deja de ser cierto. Escucha, nos creímos genios porque teníamos veinte años. Con cincuenta no debemos engañarnos. Lo que no hemos hecho ya jamás lo haremos –decía Amada y en su tono vibraba la devoción-. Cariño, no quiero herirte pero por mucho que uno se sueñe genio no lo es. Margot, ni tú ni yo lo somos –se detuvo, se oyó el silencio-. ¿Por qué no puedes asumirlo? ¿Por qué crees que de tu fracaso tengo yo la culpa? No la tengo. Tú en una lata de coca cola vacía sólo ves basura, y como buena burguesa la tiras, no la pegas a un lienzo negro y lo titulas “La luz del hombre surcando el universo infinito”. No puedes acusarme porque tires la lata. No he sido yo quien te ha impedido experimentar “la sublime genialidad del artista”. Nunca ha estado ahí, Margot, lo sé y tú también.

Dios, me había equivocado, eso no era amor…

- Cállate –le pidió Margot con voz queda-. Cállate. Cállate, cállate... –gemía.

- ¿Duele? Pues acéptalo, acéptalo y madura. No eres un genio, ninguna de las dos lo somos pero juntas vivimos bien.

De nuevo el silencio y luego la voz chirriante como un cortacésped puliendo cemento de Margot se apoderó de la mañana, histérica.

- Aquí, en esta cárcel, sentadas frente a la chimenea, mirándonos la una a la otra... Estás muerta, Amada. Estas muerta y quieres enterrarme contigo –y al final abiertamente lloraba.

- Ser artista es un don que sólo unos pocos reciben. Y por los dones la vida siempre exige una tasa a cambio, nada es totalmente gratis ¿lo has olvidado, estás dispuesta a pagarla?

- Si, si..., si lo estoy –gritó de repente Margot-. Lo estoy, lo estoy..., quiero irme, quiero olvidarte...

- Vete –le ofreció Amada y el ruido del arrastre de unos pies se acercó, luego el de una puerta abriéndose-. Adelante, vamos…, vete… no te detendré, pero no me llames de madrugada para que te rescate de los monstruos.

- No te llamaré, no te necesito. Me instalaré en Nueva York, sola. –rotunda, con odio, sin lágrimas

- Nunca te irás –decía Amada conciliadora-, esto es una mala racha, querida, pasará, sólo necesitamos aumentar la dosis de Prozac... Beberemos y nos amaremos como siempre, juntas... 


- Eres cruel –en la voz de Margot ya no había ni histeria ni rabia, sólo razón- Tú me has querido así. Por tu miedo, porque si te hubiera visto como en realidad eres te habría abandonado hace mucho tiempo, tú eres la que no puede vivir sin mí...

- Demasiados mimos, amor, demasiados. Primero de tu padre, luego de mí. Él te abandonó para perecer en brazos de tu madre y ahora que me estoy muriendo, que te quedarás de una maldita vez sola te ha entrado pánico ¿verdad? No lo puedes soportar, por eso te has buscado un nuevo sueño, por eso quieres huir. Pero no es verdad, cariño, no voy a morir, me recuperaré, todo volverá a ser como antes.

- No, no, no, no –gimió Margot-. No me liarás con palabras. Eres tú la que tienes miedo. Tú la que te aferras a  mí. Tú la que durante veinte años lo has convertido en el señor de nuestras vidas, me has alimentado de miedo, Amada. Y eres tan inteligente, tan fuerte que he tardado en darme cuenta de tu juego. Mi madre estaba loca, Amada, si y prendió fuego a su habitación y mi padre ardió con ella. Pero yo no soy ella. Se acabóMe voy.

- ¿Recuerdas a Duvi?

Y la grabación se cortó. Vanessa recogió su teléfono, se bebió mi tinto y se largó. Ya nunca sabremos si Margot recordaba a Duvi. Lo cierto fue que no le importó, que se largó. ¿Tenía razón? ¿Era la loca Amada o lo era Margot? ¿Qué ocurrió entre ellas en Nueva York? ¿Era verdad lo que decían los archivos de la policía? ¿Mató Amada a Margot?


SAMANTHA
o la Recompensa de la virtud


¡Oh, queridísima, Raquel! El único consuelo que me queda es susurrar tu nombre, si pudieras oírme vendrías a mí, secarías mi piel, me darías un bebedizo de la señora J. y la fiebre y las pesadillas que me consumen desaparecerían. Apenas me quedan fuerzas para escribir estas líneas, espero que el mocito cumpla su promesa y te las entregue antes de que todo haya acabado. Si no llegas a tiempo, querida, quiero que sepas que si puedo algún día te visitaré en tu cama. Te prometo que no llevaré ningún plátano conmigo, los odio. Si voy a ti llevaré mi conejito, limpio y fresquito, pequeño como cuando me encontraba en la mansión de B. 


Debo contarte todo lo que me ha ocurrido desde que, en la que luego resultó mi última noche en la mansión de nuestro señor, vino a mi lecho. No tienes idea de lo dichosa que me sentí Raquel, Sus abrazos, el ansia de su cuerpo por el mío echaba a bajo las teorías de la señora K. de que me iba a abandonar para casarse con la marquesa.

La conocí, querida, al día siguiente de que el amo espantase al coadjutor, se presentó en la mansión acompañada de su hija. Es vieja y fea, Raquel, con el rostro picado de viruela y con tantos lunares (falsos) en el rostro que parece una constelación a la que su grandioso apaga velas le hubiera robado las luminarias. Y la hija, un ratoncito, Raquel, un ratoncito gris, sin más pecho que el entredós del corsé.


Cómo, cómo, pensé, podía abandonarme el amo por una cosa tan vieja o por otra tan diminuta. No lo creí posible y menos cuando la señora K. me confirmó que era con la niña con la que se casaba. Al parecer es una nueva costumbre entre nuestra aristocracia, desposar a las púberes recién salidas del colegio para asegurar la descendencia, así del linaje del primer vástago se asegura. Qué impudencia. Las conversaciones están muy adelantas, las de la boda del señor conde y las de la mía. Eso me dijo la maligna, que el señor conde la había dejado encargada de avisarme cuando su boda ya estuviera consumada. Temía que me escapase y el señor Y. no pudiera concluir con bien las conversaciones sobre mi acomodo.

Dime, Raquel ¿qué podía hacer, huir, dónde? Sólo poseo los aretes que nuestra ama me regaló por su último cumpleaños, y un collar de perlas y rubíes que el amo me dejó lucir algunas noches, aunque temo que sea falso? Espero que el zagal no sepa leer, se las he entregado en pago para que te lleve este billete, porque sólo de ti espero mi salvación, queridísima Raquel.


No me regañes por quedarme y ven, por favor, sólo te tengo a ti, mis padres me delatarían. Lo hice en la esperanza de que todo fuese una patraña de la maligna señora K. para buscar mi perdición, lo que sucedería sin duda si abandonaba la mansión. Dirás que por qué no fui valiente  y le pregunté al señor Y. Le tenía miedo. No le conoces..., nunca has visto su rostro, es..., es tan hermoso como el de un demonio; no con la hermosura del conde, que es la propia de un hombre de su tiempo y posición, sino la de las estatuas frías, la de los muertos. Y tan grande. No dudo que si se lo propusiera con una sola de sus manos podría partirme en dos. No sé lo que me digo, querida Raquel, la fiebre me lleva al desvarío.

Debí haber comprendido que el diablo se vale de muchos disfraces cuando quiere perder a un alma cándida. Debí darme cuenta en cuanto percibí el diferente sabor de su boca. Pero me sentí tan dichosa de que me prefiriera a mí antes que al caballo de la marquesa o la yegüita joven de la hija que le eché los brazos al cuello y me enlacé a sus caderas feliz, feliz. Segura de que al final todo se arreglaría. Lo cierto es que cuando su lengua se abrió paso en mi boca me sorprendió su sabor a coñac, sus besos siempre habían sabido a champán. Pero pensé que venía del palacio de la marquesa y posiblemente en sus enredos se sirviera de ese bebedizo para nublarle el entendimiento.


Su lengua seguía siendo tan astuta como siempre y ya mis carnes se humedecían de imaginar lo que las satisfaría. Tal vez, si no hubiera ansiado tanto su presencia en mi cama aquella noche me hubiera resultado extraño que mantuviese la habitación en penumbra, cuando siempre se hacía acompañar con un mozo portando un candelabro de siete brazos. Pero en el amor, me dije, todo debe ser nuevo y viejo a la vez.

Y en ello andábamos. Sorpresivamente, porque últimamente andaba impaciente y apenas se demoraba en los besos, se tumbó a mi lado y mordisqueó mi orejita mientras sus manos se adentraban por debajo de las sábanas buscando la fuente de los placeres. No sabes cuán dichosa me hacían aquellas nuevas disposiciones. Lo achaqué al cansancio por el largo viaje, así que pensando en su bienestar le respondí haciéndole gozar con las caricias que más encarecidamente me enseñara. Metí mi cabecita bajo la sábana y le recorrí el pecho con la lengua, su piel también sabía distinta, más a cobre, a polvo que otras veces. No era muy agradable, aún así contuve las nauseas y seguí besando y lamiendo. Tal vez por su deseo imperioso de disfrutar de mí se había saltado el baño.


Tú conoces la apariencia externa de nuestro amo, la prestancia de su apostura, la galanura de sus gestos,  lo que desconoces son las maravillas que  esconde bajo la ropa. Alto y fuerte, sus brazos son como las  nervaduras de las viejas catedrales, delgados pero firmes, y sus piernas como las columnas que sostienen esas cúpulas lustrosas que contienen el cielo. Sin embargo su cintura es suave y estrecha como la de la más tierna doncella y el cono de su volcán, el cono de su volcán es más grandioso que el mismísimo Etna y cuando entra en erupción toda entera me prende en su fuego.

Más de cien veces he ardido en las últimas semanas entre sus piernas, me he roto por dentro y sus jugos me han restañado las heridas. Aún así había algo en él aquella noche que le hacía distinto, tal vez eran mis ansias por agradarle para que no renegase de mí. Lo cierto es que me permitió llegar con mis caricias hasta el mismo cráter sin abrasarme....

Schsss, oigo ruidos…, se acercan…, ya vuelven otra vez…, querida, tengo que esconder el billete y la pluma, no puedo permitir que me los arrebaten, tienes que saber, Raquel, cuando terminen, cuando se vayan continuaré…