sábado, 22 de diciembre de 2012

BONES: MISIÓN SECRETA




De acuerdo, los mayas se equivocaron de fecha; aún así creo que es mi deber recordar que la única verdad, la única certeza incontrovertible en la vida es que un día, de fecha incierta, el fin del mundo llegará. Que todos vamos a morir. 

Y si no se nos da sepultura como es debido o se nos incinera, terminaremos así:


Pero reconocida la certeza, afirmo categóricamente que el mundo, la realidad e incluso nuestra propia identidad son antojadizas e inestables.

Y si no mirad lo que ha pasado con la economía, el mundo que caminaba inexorable por la senda del bienestar, el progreso y el desarrollo se ha colapsado ante el exceso de avaricia de unos pocos trayendo miseria y pobreza para todos los demás. 

Si echamos un vistazo al ámbito político, todas las opciones, incluso las más corruptas, en busca del triunfo, abanderan el cambio; sólo la segunda enmienda de la constitución americana resiste. En el cultural no digamos, después de alimentar por siglos raíces, historia y ficciones propias, hemos aceptado con desparpajo, en honor de una interculturalidad supuestamente solidaria, la cultura común del imperio y estamos a punto de consolidar un saber en red, una inteligencia superior tan consoladoramente humana como la que Jean Auel describió en sus novelas del Clan del Oso Cavernario como propia de Neandertales. 


Y así en este mundo tan lleno de opciones y urgencias, en el que los compromisos se mantienen mientras persiste el impulso y la pasión dura lo que se tarda ir de la barra del bar a un rincón oscuro, qué de extraño tiene que nos sea más sencillo elegir que decidir.

Pero elegir significa renunciar. Y al socaire de una realización personal prometida por los gurús de las muchas logias, que nos elevaría a la cima de la relevancia social y en busca de una autonomía exenta de responsabilidad renunciamos a compartir penas y almohadas, cuenta corriente y enfermedades, vejez y sonrisas y cambiamos conceptos tan obsoletos como sentimiento y romanticismo por miradas habitadas de vidrios de colores. 

Y así en este mundo cambiante se han quedado sin sitio la poesía que ahora es arma arrojadiza de revolución o palimpsesto pasto de termitas. Se ha quedado sin sitio el amor que siempre exige límites y compromiso. Y duele. Y se han quedado sin sitio las frágiles Penélopes que a pesar de su apariencia de chica de portada mantienen el corazón esperando en la estación vestido de domingo, incluso las Penélopes que, abandonado el sillón de la presidencia del consejo de administración, cuando regresan a sus casas, tejen y destejen el mismo inacabado patuco y, se han quedado sin sitio, también, las Penélopes olvidadas que noche tras noche se sientan en el sofá frente al televisor y atiborran su soledad con salsa guacamole y nachos.

Decía nuestro insigne vate, el Fénix de los ingenios, nuestro excelso Lope de Vega que el amor es: 
Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso:

No hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;

Huir del rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave, 
olvidar el provecho, amar el daño;

Creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño,
esto es amor: quien lo probó lo sabe.

Pues ese amor resultó química. Y ahora es dopamina y luminaria en el lóbulo frontal del cerebro. ¿Cierto?

¡¡¡NO!!!

En una remota aldea llamada Los Ángeles, en una colina situada al pie de un blanco cartel,


 un irreductible galo, digo, zorro canadiense, resiste al lobo.



Su nombre Hart Hansonix

Cuentan los tantanes que un día se cayó en la marmita en que una multinacional jabonera cocinaba sus perfumes de amor y desde entonces con un toque de piedad no exenta de malicia reparte a diestro y siniestro raciones de límites y compromiso.

Para pasar la censura ha montado una singular estrategia. Usando como tapadera una serie procedimental de capítulos autoconclusivos en la que con humor y ciencia investigan asesinatos, descubren a los culpables y castigan a los malos, llamada BONES, ha creado un cuerpo de élite encargado de devolver la química a las redomas. 


El sargento mayor y líder, conocido por su nombre en clave como Boothyx, es un hombre humilde y tranquilo a pesar de gozar de la apariencia de un dios. Un hombre experto en compromiso y heridas, capaz de vivir con el corazón roto y aún así entregarlo una y otra vez. 

¿Su misión? Asaltar con sigilo, nocturnidad y alevosía, cual Santa desnortado, las salas de espera de las estaciones deshabitadas. Para convencer a las Penelópes de que no necesitan tanto saber que alguien las quiere como pensar que algún día, antes de que los sauces pierdan las hojas, alguien lo hará. 



Sus acciones se cuentan por victorias. Ante su sonrisa inocente y sus ojos diminutos hasta las más racionalistas se rinden. Si a pesar de todo, alguna de mirada dormida insiste en buscar rincones oscuros, desnuda su arma y lanzándole directos al corazón cuchillos de amor la rinde. 




¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!!

¡¡¡ Y QUE LOS REYES MAGOS EN 2015 NOS TRAIGAN BONES11!!!
















domingo, 16 de diciembre de 2012

BONES 150 + 1




Por si no lo sabéis los Boneheads (cabezas huecas adictos a Bones) estamos de celebración. El lunes 5 de diciembre Bones emitió oficialmente el episodio número 150,  “El Fantasma en la Máquina”. Quién iba a decir en febrero de 2005, cuando los mandamases de la Fox ordenaron el piloto de “Brennan” (título provisional) a Barry Josephson y a Hart Hanson, que ocho años después aún hablaríamos de ella.

Se ha dicho que el año 2005 fue un gran año para las series de televisión. Las grandes cadenas norteamericanas espoleadas por los éxitos de la HBO apostaron fuertemente por las series y así entre la temporada 2004/2005 y la 2005/2006 surgieron entre otras House, Lost, Mujeres desesperadas, Anatomía de Grey, The Office, Veronica Mars, Boston Legal y Bones.  De aquella cosecha aún se emiten Anatomía de Grey, The Office y por supuesto Bones.



Al parecer la idea que tenían en mente los directivos de Fox cuando apostaron por Bones fue hacer un procedimental semejante a CSI Las Vegas de la CBS. Querían una serie de ciencia y crímenes. El proyecto de Barry Josephson y Hart Hanson, basado en las novelas de la antropóloga forense Kathy Reichs protagonizadas por la doctora Brennan, una antropóloga capaz de resolver los crímenes “cuando todas las líneas de investigación se han agotado”,  les pareció el más adecuado para competir con Gil Grisson.


Cuando se estrenó el 13 de septiembre de 2005 nadie dio un duro por Bones. No desde luego los grandes críticos. Nadie. La crítica que le hizo Brian Lowry en Variety no tiene desperdicio. “Un procedimental más”,Aspira a lograr una mezcla de House y X-files”, dice “… pero la mayor parte de sus bromas resultan forzadas”, y añade “Emily Deschanel parece más una chica de hermandad que una científica”,  para terminar burlándose de su parecido con Indiana Jones y su amor por las artes marciales.


Y sin embargo la encuesta de tendencias en la televisión de agosto de ese mismo año, Trendum, analizando el seguimiento de las conversaciones en la web, determinó que Bones era una de las series más citadas. Lo cierto fue que para el 10 de octubre de 2005,  un mes después de su estreno, la Fox ordenaba la temporada completa. Y desde entonces hasta ahora. 150 +1 episodios (hay uno fantasma,The Player under pressure ).

Un triunfo. Sí, un triunfo de su creador Hart Hanson que debe ser el único showrunner chapuzas del prime time que lleva ocho temporadas dirigiendo con relativo éxito la misma serie. Y no lo es, aunque cuando me enfade lo piense y lo escriba. Son cosas de la fan insatisfecha. La maldición de la adicta. Y eso no es justo. Porque Hart Hanson tiene las ideas muy claras sobre lo que es Bones y como hacer su trabajo. Las expuso en la conferencia que dio en febrero de 2010 en Grant MacEwan University en Edmonton, Canadá, su antigua universidad. Hanson no tiene el predicamento ni la fama de teórico de David Simon, el creador de The Wire, pero esa conferencia debería ser de obligada lectura para cualquiera que aspire a ganarse la vida como guionista de televisión. Aprenderá la diferencia entre un escritor y un guionista, entre un guión para la televisión por cable y otro para una gran cadena. Y sobre todo aprenderá como honestamente se puede escribir una serie para una audiencia masiva y conseguir mantenerla ocho temporadas en antena. Leedla y aprenderéis. ¡Ah! Que no se me olvide mencionarlo, os dará ideas para introduciros en el mundillo de la televisión. Realmente ilustrativa.



Luego podemos discutirlo, pero lo que realmente Hart Hanson está haciendo es seguir a pie juntillas las directrices de Aristóteles en la Poética. Ha cogido un procedimental de libro lo ha metido en su chistera, ha hecho su pase de magia y ha convertido a los dos personajes principales, atemporales “uno científico y racional y otro extremadamente emocional e intuitivo”, en personajes arquetípicos acordes con las aspiraciones y valores de la nueva sociedad. El truco, cambiarles los roles de género. Ella la racional, él, el intuitivo.



Pero ha hecho más, algo que nadie hace en los procedimentales. A lo largo de estos años ha ido deconstruyendo paso a paso el personaje de Brennan y, teniendo en cuenta, en la estructuración de los hechos (principalmente su relación con el agente Booth), lo necesario y lo verosímil, lo está reconstruyendo, de tal manera que, para cuando finalice la serie, la doctora será una mujer completa. Y como él dice “porque no hay siempre un cosa que todo el mundo quiere” sin tener en cuenta los deseos de la audiencia.


Hart Hanson ha hecho bien su trabajo, pero la permanencia en antena durante ocho temporadas de Bones se debe a la base firme que tiene de leales seguidores. Más de siete millones. Con ellos empezó y con ellos terminará, no me cabe duda. Sí. Porque ellos, nosotros, la hemos seguido allá donde la Fox ha dispuesto en una absoluta falta de respeto. Los lunes a las ocho, los martes a las nueve, los miércoles a las ocho, los jueves a las nueve y hasta los viernes. Empezaba en septiembre los lunes a las ocho y cuando llegaba la mitad de la temporada la mandaban los miércoles a las nueve para sustituir a una serie que había sido cancelada. Y siempre cumpliendo. Sus mayores audiencias en la quinta temporada cuando la Fox reconociéndole los méritos, por fin, la programó los jueves a las nueve de la noche detrás de American Idolmás de doce millones de espectadores.






Esta temporada la ha mandado en solitario a luchar los lunes a las ocho contra gigantescos molinos de viento. Y no se ha arredrado, no nos hemos arredrado los fans, ahí seguimos los siete millones. Actualmente la serie con más espectadores de la Fox. Y la pregunta del millón ¿por qué siete millones de americanos y otros tantos urbi et orbi siguen enganchados semana tras semana Bones que no deja de ser un procedimental  romántico, un poco gore y con la tensión sexual ya resuelta? ¿Qué tiene  Bones que mi razón no la toca ni tu desprecio la alcanza



Depende. Cada uno responderá según el cristal de sus gafas. Unos, los miopes, dirán que porque “es romántica”, porque “David Boreanaz is hot”, otros, los hipermétropes más extrovertidos matizarán “es que Emily y David son muy buenos actores”, “Entre ellos hay mucha química”, “es divertido verles discutir”, “me río tanto con Hodgins”. Algunos habrá, los que esperan que les operen de cataratas, que responderán que les gusta porque “son tan monos los cadáveres” y los ciegos, esos, esos acertarán cuando digan “porque son interesantes los casos”. En realidad ninguno lo sabe. Nadie sabe porque se hace fan. Tampoco creo que Hart  Hanson esté seguro de a qué se debe su éxito.

George Elliot la novelista inglesa escribió:

Los sentimientos humanos son como ríos caudalosos que bendicen la tierra. No esperan a que la belleza fluya por ellos, son ellos mismos la belleza.



Esa ansia por sentir fue la que me impulsó a mí a Bones. Porque  los sentimientos cuando bendicen la tierra reconstruyen a las almas exangües. Le ha pasado a una amiga mía, cuyo marido, que se parecía físicamente a David Boreanaz, falleció justo cuando comenzaba la serie. Me ha pasado a mí, que he superado el fracaso de toda una vida gracias a Hart Hanson, porque al mismo tiempo que él construía el carácter de la doctora Brennan, llevándola de la inmunidad al dolor, de la racionalidad extrema a la sensibilidad, me ha obligado a reconocer que la insensibilidad por la que noche tras noche suspiraba no sólo era perniciosa sino totalmente indeseable, porque el dolor y el fracaso fortalecen.

Sí, soy una bonehead, aunque hay muchos más encubiertos por la globosfera española, aunque si le dices a algún bloggero español que eres fan de Bones lo más amable que te dirán será “Bueno, nadie es perfecto”. Porque Bones, al decir de los más conspicuos, saltó el tiburón allá por la quinta temporada. Es decir, debió ser cancelada, precisamente, cuando rozó los 12 millones de espectadores. Otros más benévolos aguantan hasta la sexta, cuando descendió a los nueve millones con la necesaria aparición de la otra, Hannah. De la séptima no pasan, ninguno. Ver a la pareja protagonista juntos ha sido demasiado para ellos, de repente Bones ha pasado de procedimental con toques de humor por las salidas de tiesto de la científica estrambótica a culebrón con bebé. Pero es que Bones no sólo era eso, al contrario que sus imitaciones.


Y ha ocurrido lo que tenía que ocurrir, que en la octava nos hemos quedado los fans. Pero tal como van las cosas habrá novena temporada. Porque a Bones está lejos de afectarle el síndrome “Luz de luna” y la pareja protagonista se asemeja cada vez más a Nora y Nick Charles, la del  “Hombre delgado”, la serie de películas que en los años treinta rodaron Mirna Loy y William Powell, basadas en la novela de Dashiell Hammet, en las que los investigadores de los crímenes son un matrimonio sui generis, bebedores empedernidos e hilarantes discutidores.

Y otro sí digo, que seré una señora de Cuenca y Bones un procedimental romántico, que sus creadores son artesanos de la televisión y no rebeldes sin causa, que sus únicas pretensiones son divertir honestamente al mayor número posible de espectadores, alimentar a las 400 familias que trabajan en ella, y no golpear a la sociedad,  ni revisar la historia; pero es que todas las series no pueden ser como esas impresionantemente impresionantes  grandísimas obras maestras del arte televisivo que son Homeland, Juego de Tronos y Walking Dead, puertas abiertas al pathos de la humanidad,digresiones lacanianas sobre el comportamiento humano ante la aniquilación de los drones.

Ya acabo, ya acabo, sólo me queda hablar del Episodio 150+1. Brillante y original. Y no sólo para fans de Expediente X, aunque repitan el título de un episodio de esta serie, precisamente de la primera temporada.


No soy cineasta ni sé tanto de series como para discutir si un episodio rodado con una sola cámara estática a la que se dirigen en primer plano los actores es original o es una copia de otro, pongamos Baltasar Galáctica o Doctor Who. No lo sé. Tampoco parecen saberlo los blogueros americanos que la siguen, por supuesto ninguno de los grandes medios para los que Bones no existe. Para mí lo ha sido, original, interesante y, en algunos instantes, escalofriante; aunque como siempre en Bones el horror venga arropado en el humor.


Y es que el episodio se cuenta desde el punto de vista de la víctima, concretamente un adolescente. En todo momento vemos lo que él ve y sólo eso. Lo que queda fuera de su vista se nos oculta y sólo por dos veces (una a través de un espejo y otra a través de un reflejo en una pantalla de televisión) la víctima se observa a sí misma como el cráneo descarnado que es. Escalofriante.


Que se trataba de un episodio especial lo habían dejado claro en sus declaraciones Hart Hanson y Stephen Nathan. Querían hacer  un guiño a la audiencia, a la que los actores parecen hablar directamente. Y por una vez, olvidándose de las señas de identidad de la serie no ha habido restos asquerosos, ni crimen ni asesino.




Pero además ha puesto de manifiesto la gran transición del personaje Brennan. De la mujer que en el quinto episodio de la primera temporada, “Un niño entre los arbustos”, le dice a su ayudante que no llame a la víctima por su nombre, hemos pasado a la mujer que, aún pretendiendo que lo que tiene delante sólo son huesos porque no existe el alma inmortal y la conciencia desaparece cuando acaba la existencia física, porque aún le cuesta reconocerse en su nueva piel, termina hablando directamente a la víctima. Brennan es ya casi una de los nuestros. Casi. En la novena experimentará la transformación completa.


El problema llegará entonces para los fans que ya comenzamos a hacernos la pregunta del millón. ¿Cuándo acabe Bones con qué sueños alimentaré mis noches?













AHORA SÍ, BONES IS BACK



Es cierto, por fin, el lunes 24 de septiembre, Bones ha vuelto.

Y no, no me equivoco. Ya sé que el primer episodio de la temporada se estrenó el 17 de septiembre, que se titulaba El Futuro en el Pasado y que lo escribieron ni más ni menos que el creador de la serie, su santidad, Hart Hanson y su mano derecha, el productor ejecutivo, Stephen Nathan; pero ese episodio lo tendré por no visto. Uno de los peores, si no el peor, de la serie, un engendro, con peluca rubia y sin pies.

 Ya en su día me confesé abiertamente, aquí adicta a Bones. Y no me avergüenzo, ahora me toca confesar que esta última semana me borré de AdictosaBonesAnonimos, ya no tenía sentido seguir los doce pasos para desintoxicarme. Hart Hanson me había curado en los cuarenta y dos minutos que duró El Futuro en el Pasado.

Incluso, Mariencita, mi niña, mi “attention whore” particular, la que se burla de mi pasión por los hombres de protuberancia frontal prominente, y mira Bones con la superioridad de quien se sabe fan de la mejor serie de la historia, se apiadó de mí cuando terminó el engendro y para consolarme me pidió, cómo cuando era niña, que le contara un cuento.




No pude evitarlo y comencé con aquello de “Erase una vez una racionalista empírica, más dura e insensible que un diamante del yacimiento recientemente descubierto en Siberia, que un día, mientras daba de comer a sus mascotas favoritas, unos escarabajos coloradotes, recibió la visita de un hombre con protuberancia frontal prominente y apófisis cromial perfecta que poco a poco, con infinita paciencia y amor, le fue devolviendo su ductilidad de hembra mamífera, y una noche de duelo y dolor, sin premeditación la convirtió en la mujer perfecta… que nunca sería.

Claro, que para entonces, Mariencita ya se había dormido y si sigo por ahí también vosotros.

A lo que íbamos. El engendro. Bones no es una serie perfecta, ni sus fans la queremos así, ya nos hemos acostumbrado a los fallos de edición, de dirección y hasta de casting. Lo único que es perfecto como dijo en su día su santidad son los cadáveres. Y lo son de verdad. Al del episodio de estreno no podemos reprocharle nada. Se le convocó para cubrir una misión  y eficientemente la cubrió. De los demás…

De los demás… mejor no callar.


De vez en cuando a su santidad le entran ansias de grandeza, sueña que es el showrunner de una serie de éxito que escribe una serie de éxito y zas, cuando se despierta va y mete en Bones a un asesino en serie. Y, claro, lo que en Mentes Criminales sale  bien, en Bones resulta bochornoso.

La séptima temporada se cerró en mayo con el episodio “El cambio en el juego”, en el  que el  asesino en serie, Pelant, genio informático por más señas, logra  inculpar a la doctora Brennan en el asesinato de un amigo suyo, un genio matemático que se encontraba encerrado en una institución mental (¿no os recuerda a alguien cuyo apellido empieza por Z?) La doctora para evitar ser encarcelada, ayudada por su papá Max, un ex prófugo del FBI, pasa a la clandestinidad con su hijita Christine abandonado a su pareja por 14 capítulos y compañero durante 140, el agente del FBI Seeley Booth.



Espectacular final que dado la naturaleza de la serie todos sabíamos que a nada obligaba, porque Hart Hanson y Stephen Nathan declararon que, desde el primer capítulo la doctora vería limpio su nombre y reanudaría su labor en el Jeffersonian. Pero había expectación, la había, por cómo sería el reencuentro con Booth, (al parecer los propios actores le habían pedido ir más allá en dichas escenas), por cómo lograrían librarla del lío en qué la habían metido, en qué se habían metido.

Y por fin llegó el estreno. Y la expectación resultó un bluff. Y el episodio tan torpe y chapucero que temí que pasara factura a toda la temporada. Todo por intentar dar una solución fácil a lo que devenía imposible en un solo episodio, por mantener en las bases al asesino Pelant  (3 episodios más esta temporada, dios que pereza), por preparar el terreno al nuevo interés sentimental de la doctora Sorayan, por… En fin demasiados objetivos para un hombre demasiado ocupado.



Y es que su santidad no es, como el doctor Zackary Addy (el siempre añorado, por los fans, Zack) un hombre multitarea. Lo ha demostrado repetidamente aunque nadie, ni siquiera él, parece haberse dado cuenta. De las siete temporadas de Bones para la mayoría de los fans la favorita es  la séptima. Precisamente en la que HH cedió el control a SN, y se notó. Menos episodios y mejor hechos y, aunque los casos criminales siguieron sin valer mucho, al menos, en la séptima, los fallos de dirección, producción y edición no fueron tan descarados, y por ejemplo, no vimos en ningún episodio a DB hurgándose la boca, ni leyendo el texto.


Pero claro su santidad es el jefe supremo y se reservó para sí el episodio de apertura, con decir que lo único perfecto fue la actuación de la pequeña Christine, ya está todo dicho. ¿Exagero? Bueno, tal vez, pero considero que lo perpetrado por su santidad en El futuro en el Pasado supuso una falta de respeto a aquella parte de la audiencia que piensa que los personajes se crean con una personalidad e intereses y a ellos deben responder sus acciones y que entre secuencia y secuencia debe haber coherencia y unidad de acción.

Y, repito, HH no es un hombre multitarea, y sin embargo tiene muchas…

En 2007, firmó un contrato con la Fox,  de ocho cifras, según The Hollywood Reporter, por el que se comprometió a desarrollar otras series para la cadena. Aquel año hizo Mentiras y promesas un piloto basado en los libros de Harlan Coben, que la cadena no aceptó. En 2010, desarrolló otra, que en una jugada un poco estúpida, vendieron como spinoff de Bones, y claro la audiencia no tragó, sobre todo los fans de Bones temerosos de que si triunfaba la nueva, cancelaban la vieja, y The Finder fracasó. Pero Hart Hanson no.


En 2012 HH ha vuelto a firmar un contrato, ahora con la CBS y con la intervención de la Fox, (las cadenas americanas, al igual que los partidos políticos españoles, cuando sus intereses están en juego van de la mano), y está desarrollando Backstrom, una serie basada en los libros del escritor noruego Leif GWPersson. Para ambientarse Hanson y señora han pasado las vacaciones de verano en Noruega, así que,con la mente puesta en los bosques del Norte y en los arenques del desayuno, qué de extrañar tiene que se liase con los códigos informáticos, los muertos y los asesinos.

Mientras a las fans les demos a DB sin camiseta, seguirán contentas, debió pensar. Y así no le importó que a la racionalista empírica se le torciera el gesto cuando le entregaron una flor que, decían, significaba pena y dolor; que el genio asesinado encriptase, antes de su muerte, el código que su asesino iba a utilizar para acusar a la doctora; que el genio informático (mira que abundan los genios) acudiese a una cita en un cementerio de la que no se pudo enterar, por ningún medio, que se iba a celebrar; ¡ah! y ésta, que no se me olvide ésta, es genial, que la doctora dijese que ama los crímenes cuando se ha pasado toda la serie diciendo que a ella le gustaría volver a la ciencia pura, y otra, otra… la escena de la lavadora…, la doctora con albornoz y pantalones… Mejor no sigo.

Pero… Llegó el lunes 24 y Hart Hanson volvió a sus tareas y a sus arenques. Michael Peterson se encargó de traer de vuelta a Bones en todo su esplendor. Michael es uno de los veteranos de la sala de escritores, ahora que se han ido Karine Rosenthal y Karla Kettner; ha escrito guiones para Bones desde la cuarta temporada, así que se conoce bien la serie, los personajes y sus reacciones. Y desde la primera escena del episodio The Partners in the Divorce, la de los sin techos, lo logra. Divertida y macabra. Cuando la vi respiré tranquila. Mariencita se fue de mani y yo me quedé disfrutando de mis viejos amigos del Jeffersonian. De todos, incluido el conspirador, pero sobre todo:


De Booth, “el hombre tranquilo”, que se descubre de nuevo menospreciado y sufre, se traga su orgullo y su miedo y corre tras la mujer que ama porque sabe que sin ella sólo habrá vacío. De Brennan, la mujer inteligente, que se sabe un genio, racional y egoísta, la que no puede aceptar que, a pesar de su inteligencia, su felicidad depende de otras personas, la que después de tres meses lejos del hombre tranquilo se ha vuelto a esconder tras su cerebro.

Y al final, en la última escena, como manda la tradición de Bones, el hombre tranquilo hace su hechizo, la mira a los ojos  y le explica a la racionalista empírica como son las cosas de la vida. Y le costará, porque de eso va la serie, pero poco a poco, el diamante en bruto volverá a recobrar su ductilidad y durante el proceso las locas fans nos seguiremos inyectando ciencia y romanticismo en vena (a partes iguales, eso sí).

Así que ahora sí, por fin, con una semana de retraso sobre el horario previsto. Bones is back.

P.P Una pregunta, ¿cuánto les pagan los productores de Bones a los periodistas y bloggeros que vieron antes de su estreno El futuro en el pasado y dijeron que era el mejor episodio de la serie? ¿Alguien lo sabe?










CONFESIONES DE UNA ADICTA




Buenos días: me llamo Marien y soy adicta.

Me presento ante ustedes dispuesta a confesar mi adicción porque me he convencido de que los secretos, cuando una se desenvuelve en universos paralelos como es mi caso, son perjudiciales y enredan el desarrollo intertextual de tal modo, que no es imposible que se terminen confundiendo los términos y los avatares. Y así, al final, por un error de concentración, por grabar en (G:) lo que debería ir en (H:) tu hija se entera de que te lo hiciste con su novio, es un decir, y tu hijo que su novio te lo quiere hacer a ti (otro decir más).

En fin, que no merece la pena andar con secretos en la globosfera, esa corrala vocinglera, porque se arriesga una a pagar un peaje mucho más caro que si te expones a su escrutinio con la cara lavada y la cerradura del cinturón de castidad bien oxidada.

Pero es que además no quiero confundir al personal, a pesar del avatar de la dama romana y el sobrenombre de lobavieja, soy tan friki como lo pueda ser cualquiera.


Y puestos en esto de la sinceridad debo confesar que tal vez este afán redentor se me haya desatado este fin de semana al contemplar los sufrimientos de Montgomery Clift en “Yo Confieso" de Alfred Hichcock . Me ha recordado algo evidente, que los secretos siempre terminan por descubrirse y que si una sola persona conoce tu debilidad terminará aprovechándose de ella.

Pero basta ya de prolegómenos, sin más dilación, sin propósito de enmienda y sin dolor de corazón…

Yo confieso que he visto tropecientas veces los ciento ciento cuarenta y cuatro capítulos emitidos hasta hora y que algunos como “The man in the fallout shelter”“Two Bodies in the lab”, “The Baby in the Bough”, “Double Death of the Dearly Departed” o “The Critic in the Cabernet”, los he visto tropecientas elevada a la enésima potencia, a saber: en las tardes lluviosas cuando me siento melancólica; en la noche de mi cumpleaños, cada año, año tras año, durante los últimos siete, mientras el resto de los habitantes de mi casa duerme y yo a solas quiero ser feliz un rato; cuando viene de visita mi exsuegra, para recompensarme por mi paciencia; siempre que televisan un partido del siglo, Real Madrid-Barcelona o viceversa o una boda del siglo o viceversa.



Y que conste que no lo hago porque sienta una afinidad especial con el F.B.I, a pesar que reconozco su ingrata y dura labor (no peloteo, pero no olvido al Gran Hermano, por si acaso mejor tenerlos contentos).

Ni, válgame el cielo, para aprender a escribir bestseller, copiando la técnica, al parecer única e intransferible, de la doctora; porque después de siete años escudriñándola y tres novelas en mi haber no he conseguido aún llegar a la lista de los más vendidos del New York Times. Un momento, cómo voy a llegar si ni siquiera he conseguido que un editor me lea.



Ni, Dios me libre, porque me haya convertido en una adicta al gore (¿o sí?) y contemple sin desagrado bisecciones de cerebros, gusaneras pastando en las cuencas de los ojos, estómagos reventando por los gases de la putrefacción y arrojando, cuan tormenta veraniega, granizadas de heces, pitones vomitando dedos a medio engullir y todo ello mientras degusto la cena.

Ni porque envidie los modelazos de cóctel con los que la jefa al mando se viste para abrir muertos. La mía, que dirige un concesionario de coches deportivos, se compra la ropa en un chino. Aunque en algo nos parecemos, la forense, no mi jefa, tanto a ella como a mí nos zurren las tripas por la mañana temprano.

Ni mucho menos porque vaya a comprarme un Toyota. A veces ocurre que a pesar de la adicción, el adicto conserva un ápice de cordura, y no obstante de la burda promoción seguiré conduciendo el mío, un Mercedes-Benz  SLK 200.


Ni porque el “rey del laboratorio”, el científico loco, doctor en bichos, lodos y plantas, de lustrosos rizos rubios y ojos de océano al atardecer, suelte sus Defligisterizing, Tachymosis y Franklangellacum como quien recita la tabla de los reyes godos. Ni porque crea como él en las teorías de la conspiración, que por cierto ninguna se ha demostrado falsa.


Ni porque me solidarice con la nueva Edison, en realidad una reencarnación del olvidado Nikola Tesla, teniendo, como aún tiene, después de siete años, sus inventos pendientes de reconocimiento por la oficina de patentes, que más parece el Negociado de Circunloquios del que habla Dickens en la Pequeña Dorrit, que la de la mayor potencia industrial y comercial del mundo.

Ni lo hago porque durante todos estos años me hayan convencido de que la ciencia es maravillosa, como nos enseñó el profesor Bunsen Jud, también conocido como el Colega de la Ciencia. O porque considere como un bushido particular el código de los científicos, observar, analizar, deducir, o porque durante todos estos años haya aprendido cosas tan útiles para el devenir diario como:



- Que el vino comenzó a fabricarse en Persia 6.000 años A.C. y en China 7.000, era de arroz, vale, pero era vino, o…

- Que la teoría evolutiva dice que los recién nacidos se parecen más al padre durante su primer año de vida porque así tienen menos posibilidad de ser abandonados, o…

- Que una sandia tiene la misma densidad que una cabeza humana. O qué cráneo se pronuncia Skaaleeen noruego, o…



Ni tampoco, a pesar de lo que pueda aparentar, porque sea amante de la razón pura, ni por que crea antes en los hechos que en los sentimientos, como la doctora, que mantenía (hasta esta última temporada) encerrados los suyos en una caja de regalos de Navidad (la que no abrió cuando sus padres la abandonaron); ni porque sea un ser super super inteligente, porque si algo ha quedado demostrado durante estos siete años es que la inteligencia no garantiza nada y que los impulsos y los deseos del animal que nos habita la obligan (a la inteligencia) a claudicar.



Y no, no lo hago, que no, que no, por extasiarme contemplando el perfil de emperador romano del coprotagonista, el macho alfa de la manada, o por pasarme tardes enteras intentando descifrar el sistema numérico de base 60 por el que se rige, para mí que es sólo sentido común y por eso la doctora no puede descifrarlo; ni porque se me caiga la baba cada vez que mira a cámara y en sus ojitos diminutos baile el agua; no por su sonrisa de pillo, de niño perdido que necesita protección, aunque con los años haya perdido su espíritu festivo y se haya vuelto más cazurro y oscuro. No, que no, que no lo hago porque su apófisis acromial sea perfecta ni mucho menos porque sus espermatozoides tengan la movilidad suficiente (2,8 millones en 3 mililitros) para fundar su propio país.


Ni porque fuera en su momento tan moderna que aparentemente cambiara los roles de género. La racional ella, él intuitivo. La liberal ella, él pudibundo y estrecho. La atea ella, él católico, apostólico, romano y practicante. Reputada profesional ella, él un anónimo y subordinado funcionario. Ella la necesitada de paraísos fiscales para ocultar sus ingresos, él que apenas le llega el sueldo para comida y alquiler. No.

 Y además, tan laudable propósito no ha durado, que todo era un espejismo, que al final han vuelto a lo de siempre, la primacía de la biología y el género. Un ejemplo incontrovertible, los últimos capítulos. A la doctora, como a mí, le dijeron “Si no tienes hijos quién podrá estar orgulloso de ti” y yo, como ella, mujeres al fin y al cabo, caí en la trampa y claro, ahora, nuestras prioridades han cambiado y nuestro raciocinio anda parejo con el de una loba.

Ni porque no haya duda en cuanto al final de la serie. No puede ser otro que el que se anticipó en “Double Death of the Dearly Departed”, aunque me pica la curiosidad de si la doctora ha cumplido su promesa y aparecerá el cadáver congelado. Lo cierto es que sea el que sea, las adictas lo aceptaremos con la resignación cristiana que el autor ha querido para toda la serie.

Entonces por qué. ¿Por qué me he convertido en adicta? ¿La verdad? Porque a pesar de mi educación y mi razón soy una romántica. Porque hace siete años cuando estaba en horas bajas, muy bajas, me encontré con el cadáver de una chica, no, no tenía nada que ver con los huesos que encontramos en mi casa cuando era niña, ésta tenía el cráneo machacado por un martillo y la había asesinado su novio porque estaba embarazada y hacía peligrar la carrera de su jefe, un senador de los Estados Unidos que se la estaba tirando. ¡Cómo lloraba yo aquella noche! Hasta que mirando la televisión una imagen me atrapó, ésta.


Sí, un hombre atractivo corriendo detrás de una mujer. Mismiticamente como me ocurrió a mí antes de decir sí, salvo que mi hombre, olvidando sus promesas, ya sólo perseguía niñitas de veinte.

Y aún aceptando que no sólo el romanticismo me ha traído hasta aquí y que tanta pasión no tenga su punto de locura, no puedo aceptar, sin elevar una protesta, que esté en camino de convertirme en una fanática, estilo Robert de Niro, ni siquiera que se me considere obsesionada con la serie. No, de verdad que no. Pienso que lo es sólo cuestión de buen gusto. No obstante, ante el temor al chantaje de quienes no sepan apreciarlo, hoy, ante todos vosotros lo confieso:




Soy adicta a Bones.


Gracias por prestarme atención.

P.D. Aunque no lo vaya a leer, va por usted, mister Hanson, para que nos dé unas cuantas temporadas más, y le reconozco como un devoto seguidor de las máximas del capitán Swosser (el personaje de Dickens) porque muy sabiamente hace uso de la que dice:

“Cuando se calienta la brea nunca se la puede calentar demasiado”

Y aquí seguimos las adictas esperando nuestra dosis semanal, siempre disfrutando, siempre insatisfechas. ¡Ah!, perdone por lo del Buscador, lo hemos hecho por su salud, no lo queríamos tan atareado.