lunes, 20 de abril de 2015

Bones. Reseña "The Putter in the Rough" (10.14). Secretos y mentiras.



Encantador episodio, entretenido, con vueltas y revueltas, y a pesar de la apariencia, nada intrascendente. Y eso que el asesino es muy fino; que la víctima no era ni mala ni buena, sino todo lo contrario; y eso es así porque el amor, que no gusta de secretos y mentiras, requiere tiempos propios. Porque al final, consigue que los relojes funcionen y las  niñas abandonadas vuelvan a sonreír. Encantador. Sí, pero… se le ve la intención. Es un precursor, prepara el terreno para lo que está por venir.


Pero será mejor empezar por el principio, y el principio, dado que los subtítulos tardan tres días en salir, ha sido  una vez más la caída de audiencia en vivo. Encantador y simpático, lo cierto es que con The Putter in the Rough, Bones ha vuelto, sin excusa, a su  mínimo histórico, 4,8 millones de espectadores y un 1,0 de share. Y lo más triste es que ha perdido un millón, un millón de fans, desde el 26 de marzo, después del regreso del hiato. Da que pensar, ¿verdad? Da que pensar que la Fox y Stephen Nathan, el productor ejecutivo, se han equivocado y mucho, en esta, por ahora, última temporada de Bones.


Dave Thomas, el guionista del episodio, nos ha dejado, imagino que sin pretenderlo, una imagen icónica de la situación en la que actualmente Bones se encuentra, terminado el rodaje de la décima temporada, enfrentados con la mitad de los seguidores, con unas tramas anunciadas que desbaratan el que ha sido, desde el Piloto, el centro y seña de la serie y sin saber nada cierto sobre la renovación; la imagen no puede ser otra que esta, al borde del abismo y contemplando los restos, de lo que un día fue una exitosa serie de televisión (aquí audiencias desde el Piloto)


Corresponde a  Hollis Peppal, un hombre insignificante, harto de que su mujer ni siquiera le conteste al teléfono, y a quien todo le da ya igual. “Se acabó, sobre la conciencia de su mujer caerá su muerte,” se le oye decir, inocente. Y con decisión se alza sobre la cornisa, se tambalea, respira hondo, se dispone a saltar, mira hacia abajo y horror, contempla los restos del que aparentemente saltó antes, se resbala y cae y cómo consigue asirse a la cornisa, pide a gritos ayuda. No hay mejor antídoto contra el suicidio que contemplar lo que el amoroso abrazo de la muerte puede hacer contigo.



En casa de los Booth-Brennan  andan nubes, la tormenta se avizora en la mirada y en los gestos de Brennan mientras habla con su padre. La niña miedosa, la abandonada, se apodera de ella cuando Max ante sus preguntas, calla. Y es que sin avisarla ha cancelado sus planes con Christine, tiene que salir de la ciudad. Y Brennan como si en el cerebro tuviese un GPS que le advirtiese de la inminencia del dolor, se niega a aceptar el silencio, los secretos, las mentiras; si se va de viaje quiere saber por qué. Pero Max, en esos instantes no quiere darle respuestas.



Ergo, si guarda secretos, si le miente no puede ser más que por: “¿Estas metido en problemas, otra vez?” Y la negativa de Max en vez de tranquilizarla la enfada. “Vete —le ordena—, a lo que sea que me estés ocultando”. Así que cuando el teléfono le avisa de que tiene trabajo y Max se ofrece a llevar a Christine a la guardería, Brennan enfadada, muy enfadada se larga. No tiene por qué molestarse. La cara que le queda a Max es todo un poema; pero, ¿qué esperaba, que porque pagó la boda todo estaba olvidado, que porque se entregó a la justicia arriesgándose a la pena de muerte por volver a estar con ella le sería perdonado aquel primer y constitutivo abandono?
  


Quien también se tiene que ir a trabajar es Andy, la novia de Wendell, pero como el amor es una droga y el reloj que marca las horas encima de la chimenea le hace pensar al Romeo Wendell que quien canta es el ruiseñor y no la alondra, que aún tienen tiempo para más amor, como quería Julieta, le pide que se quede. Solo que Andy no es Julieta, sino una responsable enfermera de oncología y ese reloj, herencia de su abuela, no marca las horas, como el del bolero, sino que necesita una limpieza. Y Wendell, chiquillo inquieto, ante un artefacto con llave para darle cuerda cae en la tentación, la gira y algo dentro del reloj, salta, lo ha roto, piensa. ¿Romperá Andie también con él si lo descubre? Por si acaso le  miente,  él se encargará de limpiarlo. Y que tenga un buen día.



Booth, después de tantos años juntos no sólo es capaz de leer en el rostro de Brennan, sino que por fin ha aprendido a hacerla feliz y a ser feliz con ella. Y en su primera conversación en coche, da muestras de esa sabiduría. Sorprendido al principio por las palabras que Brennan utiliza: “Max ha abandonado a Christine”, le dice ella, “Se va de la ciudad porque oculta algo”, intenta, conciliador, parar el avión que se le viene encima; “no debe sacar conclusiones, puede haber una explicación sencilla para el abandono”; pero desiste, desiste cuando ella, con cara de sargento de la guardia civil, le suelta sarcástica  “¿En serio?” Entonces Booth cambia de  táctica y sin avergonzarse se pasa con todos los pertrechos al bando de Brennan. No —dice—, está ocultando algo”.


Por si dudábamos aún de su sabiduría, ya en la escena del crimen le propone colocarle un rastreador en el coche, “Si eso te hace sentirse mejor”. Que ante la rápida aceptación de Brennan, le pregunte si está segura de que quiere que lo espié, debemos tomarlo como una muestra de su probidad, no en vano es un funcionario y va a infringir la ley; pero qué más da un poco de corrupción, qué más da espiar a “su suegro” si eso le consigue la paz en el lecho conyugal. Que cuando Aubrey descubra sobre su mesa los resultados de esos rastreos, Booth le ordene no meterse en sus cosas, sólo demuestra que sí, que a pesar de todo se avergüenza de lo hecho.
  


Pero hablemos del intrascendente asesinato. A la víctima lo suicidaron. Booth encuentra huellas de que a alguien le costó mucho trabajo tirarle por la cornisa. Ya en el laboratorio la muerte se complica, al menos recibió cuatro disparos. Angela lo identifica como Troy Carter y en la sala de interrogatorios, al interpelar a su hermano, Aubrey descubre que había abandonado el negocio familiar para dedicarse a jugar al minigolf, un “deporte” con el que esperaba ganarse bien la vida. En esos días andaba jugando los Mini Masters y tenía todas las probabilidades de ganar.



Allá que se van Booth y Brennan, al Sammy Tropical Tiki, un campo de  Mini golf donde tiene lugar el campeonato en un ambiente altamente competitivo. Y Brennan descubre que es fácil ganar al mini golf, después de todo es un juego que responde perfectamente a las leyes de la física, tanto que confunde las notas de uno de los jugadores (y posible sospechoso) sobre cómo atacar un “hoyo” con las que escribía Isaac Newton, y siguiéndolas, hasta ella, que nunca ha tenido ninguna coordinación visomotora, mete la bola en el agujero en su primer lanzamiento. “Uno en el hoyo”, dice orgullosa, Booth la corrige, es “Hoyo en uno”.



En fin que Sammy y Lori, la pareja dueña del campo se siente muy apenada por la muerte de Troy, eran grandes amigos, tanto que le financiaban su carrera golfista, con el dinero ganado por la risueña esposa como modelo, por supuesto. Y ante la extrañeza de Booth porque la buena señora, está un poco mayor para lucir por la pasarela. Brennan, con su visión antropológica, le informa que es modelo de manos. Y describe la perfección de sus falanges y de sus metacarpos. Cuando Lori entre risas le asegura que es buena, Booth orgulloso lo reconoce, “sí, es buena”.

Y tanto que lo es, con sólo pasar la linterna por la pared de una choza “Tiki” descubre que allí ha tenido lugar el crimen, hay restos de sangre y alguien ha intentado limpiarla. La choza ante las protestas del dueño va entera para el Jeffersonian, “Si la señora dice que entera, entera irá”, le asegura, Booth, (un clásico).


Y en el laboratorio los huesos empiezan a hablar, un poco despacio al principio porque Wendell manipula a Hodgins para que le arregle el reloj. Y el doctor, que ya destripó todos los relojes de su familia cuando era niño, dispuesto a divertirse se convierte en relojero. Sólo que las cosas no son tan sencillas como parecían y al abrir la tapa, como si de una caja sorpresa se tratara, la maquinaria les salta a la cara. Pero no hay problema, Hodgins lo arreglará. Y en realidad lo arregla, sólo que el reloj se niega a medir el tiempo. Y ante la desesperación de Wendell que ya se ve abandonado, Hodgins le propone el plan B, el que ha tenido en mente desde el principio, dar el cambiazo al reloj, caja vieja, maquinaria nueva.


¿Pero es que nadie trabaja en el caso? Nadie, nadie, no. Aubrey se pasa el día interrogando sospechosos, a la novia casi, casi menor de edad, al hermano, al irascible padre de la novia; cada uno con su secreto, cada uno con sus mentiras. Y Angela, Angela hace magia con su ordenador y con la ayuda de Booth descubre que a la víctima no la mataron de cuatro disparos como parecía por los orificios hallados, sólo hubo un tirador y una bala que al dispararse se fragmentó en cuatro proyectiles, luego el asesino le descerrajó un tiro por detrás en la cabeza. Es un nuevo modelo de munición, así que da ahí a sentar al culpable en la sala de interrogatorios sólo hay un paso. El que lo identifica como comprador de la munición.

 Pero Sammy lo niega, él no mató a Troy, era su amigo, estaba financiando su viaje a Sudáfrica para jugar el campeonato mundial, tiene pruebas. Y entonces ¿quién? La clave la descubre Brennan al detenerse a analizar una mancha roja en uno de los huesos, una mancha que Wendell, más preocupado por las consecuencias de la rotura del reloj ha pasado por alto. Esmalte de uñas. La asesina una mujer que no se siente culpable, lo mató en defensa propia, en defensa de la paz de su hogar. Troy era un aprovechado y su marido un inocente pero ella está dispuesto a redimir su pena con trabajos comunitarios.


Y a todo esto ¿qué pasa con Max? Pues que es detenido por la policía en Ohio profanando una tumba. “No podías haber caído más bajo”, le reprocha Brennan cuando le echa la vista encima. El desterrado es Marvin Barlow, uno de los diez delincuentes más buscados por el FBI, de quien nadie sabía que había muerto. Max se niega a dar explicaciones. “Más secretos, más mentiras”, estalla Brennan: “Ni siquiera sé porque confié en ti”, le dice. Booth, conciliador, le pide que les de algo más, Max ya les ha dado al fugitivo. Y Brennan reacciona furiosa, “obviamente aún está metido en algo si se lo oculta”. Y luego ataca. “Como ahora tengo una hija tengo que protegerla, dice, claramente no está a salvo con él” (aviso a caminantes).


Y ¿al final qué? ¿Cómo acaba? ¿Cómo podía acabar siendo Bones? Con el triunfo del amor. Y así Wendell se entera, cuando por fin confiesa su pifia, que el viejo reloj se paró cuando murió el abuelo de Andy, que la abuela, una romántica empedernida, nunca lo arregló porque las horas que marcaba habían sido las de su amor. Ahora también lo hará, le asegura su novia, ahora marcará el tiempo de Wendell-Andy, el tiempo de su amor.



Y en el hogar de los Booth-Brennan negros nubarrones se ciernen sobre la mirada de Brennan, cuando a la hora de la cena se presenta Booth acompañado de un temeroso Max, ahora sí dispuesto a dar una explicación.  Pero la niña abandonada se niega a hablar con él, y no cede hasta que Booth le pide una oportunidad para el viejo “¿Por qué, ya has tenido tiempo para inventar una nueva mentira?”


Pero al final se la da y nosotros con ella, qué trabajo nos cuesta a estas horas de la feria suspender un poco más nuestra incredulidad ¿qué importa que la historia que cuenta no soporte una revisión con lo que ya nos contaron en las tres primeras temporadas? Si Brennan, su hija herida, lo acepta, ¿por qué no nosotros? Max volvió a Ohaio después de desenterrar a Barlow porque fue a recoger un anillo que entrega a Brennan, ella lo reconoce, lo perdió cuando era pequeña. No lo perdió, le cuenta Max, Barlow se lo quitó mientras dormía. Y le amenazó. Era la prueba de que podía matarla cuando quisiera a menos que hiciera lo que él le pidiera.


“¿Entonces cuando nos dejaste fue por eso?”, pregunta la niña abandonada. Y la respuesta es Sí (lo sé, lo sé, suspended la incredulidad un poco más). Y mientras Max le vuelve a pedir perdón, mientras Brennan comienza a esbozar una sonrisa, se oye la voz en off de Christine que grita ¡Abuelo! Y  cuando la niña salta a los brazos de Max, se acabaron los secretos y las mentiras, por ahora.  El abuelo se queda a cenar y además le ha traído un regalo, y Brennan entregándole a su hija el anillo que ella amaba de pequeña. le pasa el testigo, a Christine también le encanta.


Y es entonces cuando Booth, el viejo y sabio, vuelve a tomar el mando de la escena, él se encargará de la cena mientras los tres, abuelo, hija y nieta se relajan. Brennan propone un juego, y Booth advierte a su hija que tenga cuidado, su madre se vuelve loca cuando pierde, sólo que no era verdad, protesta Brennan, él había hecho trampas la última vez que jugaron.

¿Veo solo yo la doble intención en todo este dialogo final? ¿Perdonará Brennan a quién ponga en peligro la vida de sus hijos? ¿Descubrirá Christine que en ella va repetirse la historia de su madre? ¿Qué su padre sólo es otro desgraciado más, un perdedor que pondrá en peligro su vida? Las respuestas en las próximas semanas, en la pasada fundieron a negro sintiéndose felices y contentos.


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